La inmortalidad física se convierte en una especulación práctica
La crionización y las nuevas tecnologías sugieren que la inmortalidad puede ser la última frontera de la libertad.La inmortalidad física ya forma parte de las hipótesis del futuro humano. Todavía es una especulación práctica que se apoya en la crionización y en las posibilidades de la tecnología para prolongar la vida indefinidamente. Sus partidarios argumentan que con la inmortalidad se conservaría gran parte del conocimiento adquirido por la humanidad, que hasta ahora se pierde con la muerte. Sin embargo, la muerte sigue siendo para muchos una etapa natural y una liberación, por lo que los “inmortalistas” son todavía una minoría de la que no sabemos si dentro de 100 años serán considerados unos visionarios o unos cómicos.
“Soy un vidente periférico. Puedo ver el futuro, pero sólo los bordes”. El auditorio rompe a reír al tiempo que el cómico Steven Wright cruza el escenario, se detiene, mira hacia arriba y secamente despacha otro comentario al aire “pretendo vivir eternamente” dice… “Por ahora, un éxito”.
De nuevo, risas. La mayoría de la gente se mofa con cierto cinismo de aquellos que creen en la idea de vivir eternamente.
Pero un grupo cada vez más grande de intelectuales, llamados a sí mismos inmortalistas, no se toman el tema de la inmortalidad a risa. Para ellos, la posibilidad de vivir eternamente –sin apoyarse en creencias o intervenciones sobrenaturales- es tan real como la vida misma.
Esto nos lleva a la pregunta: ¿por qué la inmortalidad física? Si preguntas a un inmortalista probablemente escuches algo como ésto: la naturaleza no tiene que ser el árbitro final entre la vida y la muerte.
Ésta es la respuesta corta. La larga tiene más matices.
Historia del inmortalismo
En Egipto extraían el cerebro y las vísceras de los reyes muertos y embalsamaban los cuerpos para enterrarlos bajo las pirámides, siempre en una búsqueda de la inmortalidad. La esperanza de la vida eterna no es nada nuevo.
La genealogía actual de los inmortalistas llega hasta los primeros días de la crionización, la práctica de congelar a los muertos esperando poder ser reanimados en un futuro.
El movimiento de la crionización nace prácticamente por completo del trabajo de un solo hombre, Robert Ettinger, autor en 1962 de “La prospección de la Inmortalidad” y conocido como el padre de la crionización.
Ya en los 60 Ettinger promovía la idea de la inmortalidad física, a través de su libro y de apariciones en tertulias televisivas. Las organizaciones aparecieron rápidamente, recuerda Ettinger. Éste incluso comenzó la suya propia, el Instituto de la Crionización, en 1967.
Casi cuatro décadas después, en el comienzo del siglo XXI, el movimiento inmortalista continúa creciendo. Son cientos los que han contratado una crionización y docenas están congelados a temperatura de cero absoluto en el Instituto de la Crionización y en una nueva instalación llamada Alcor.
Embriagados por las recientes promesas de los milagros de la nanotecnología y biotecnología, los inmortalistas conectan hoy fácilmente los puntos entre teoría y práctica.
Ven también una promesa en los actuales esfuerzos para alargar la vida. “Nunca antes tanta gente ha vivido tanto tiempo” dice Richard J. Hodes, director del Instituto Nacional del Envejecimiento. “La expectativa de vida se ha doblado en el último siglo, y hay hoy día 35 millones de americanos de más de 65 años”.
Parando la sangría
En medio de todo este optimismo sobre el potencial de la tecnología, la pregunta es: ¿por qué la inmortalidad física?
Piensa por un minuto en tus recuerdos de antes de nacer. Algo difuso, ¿no es cierto? La oscuridad perpetua, la nada y el olvido son buenas formas de describir el vacío prenatal. Bien, ésto es exactamente lo que los inmortalistas esperan tras la muerte. Frente a esto, la inmortalidad física es una alternativa bastante atractiva.
La inmortalidad física no sólo beneficia al individuo. “Cada uno de nosotros lleva un complejo universo de conocimiento, experiencias vitales y relaciones humanas”, dice el investigador en nanotecnología y escritor Robert A. Freitas. “Casi todo este rico tesoro de información se pierde para la humanidad con nuestra muerte”.
Freitas identifica de forma arbitraria en una ecuación la cantidad de conocimiento que acumulamos con la que cabe en un libro. Considerando que cada año mueren unos 52 millones de personas y en la Biblioteca del Congreso americano hay más de 18 millones de ejemplares, tenemos una verdadera crisis de pérdida de conocimiento. “Cada año permitimos la destrucción de un conocimiento equivalente a tres Bibliotecas del Congreso”.
¿Convencido? Si ésto no es suficiente para que ya corras a por las multivitaminas, considera ésto: sin la inmortalidad física, tendremos problemas a corto plazo.
“La preocupación por el modo en que salimos de este mundo se está quedando pequeña al lado de la creciente certeza de que no hay nada después”, nos sugiere David Nicholas, autor del artículo “Inmortalidad: la última frontera de la libertad”, pequeña y conocida pieza libertaria. “Sin la posibilidad de continuidad se trunca la perspectiva y el pensamiento a corto plazo domina en un mundo de invernadero”
Razón sobre fé
A pesar de los argumentos, puede que nunca demos una respuesta completamente satisfactoria a la pregunta ¿por qué la inmortalidad física? Es del mismo modo imposible probar la conclusión de que la muerte equivale al olvido.
Persisten sin embargo los inmortalistas, atacando a menudo la fé en una vida sobrenatural después de la muerte al tiempo que promueven los valores de la inmortalidad física. “Negada la posibilidad de supervivencia a través de la agencia sobrenatural secular, el hombre occidental ha sido dañado psiquicamente ”, dice Nicholas. “La prolongación de la vida parece sin sentido y absurda, y el miedo a la muerte y la nada reposa justo bajo la superficie de la conciencia diaria”.
“Los sueños ancestrales de inmortalidad pueden no haber estado equivocados pero dependían más de la fé que de hechos”, continúa Nicholas. “El progreso científico comienza ahora a permitir que la inmortalidad personal se traiga al menos dentro de las fronteras de la especulación práctica”.
Algunos, y de forma notable el máximo asesor de George W. Bush en materia bioética, Leon Kass, intentan prevenir las manifestaciones de esta especulación. Kass resulta el perfecto antagonista para la saga de inmortalistas. Como escritor y orador excepcional, consigue retorcidas acrobacias filosóficas cantando las alabanzas de una muerte con justificación moral”.
En su libro Vida, Libertad y la Defensa de la Dignidad, Kass no deja dudas sobre sus convicciones, escribiendo “Tras un tiempo, no importa lo sanos que estemos, no importa el respeto y posición social que ostentemos, casi todos nosotros dejamos de mirar el mundo con ojos nuevos. Pocas cosas nos sorprenden, nada nos conmueve y la justa indignación ante la injusticia muere”.
Kass no es el primero que sugiere esto. En el fondo, la vida eterna parece completamente antinatural, y la muerte deseable. Los inmortalistas llaman a este tipo de razonamiento pensamiento “mortalista”. Alan Harrington, autor de ciencia ficción, dijo una vez que “morimos antes de morir” y nos sucicidamos “a plazos”.
Pero mirar a la religión no es la respuesta. “Solo podemos tramar nuestra libertad desde la muerte, no rezando por ella”, dice Harrington. Y la inmortalidad no tiene que ser suave. “Habiendo inventado a los dioses podemos convertirnos en ellos”, sugiere Harrington.
Tal vez se les puede objetar a los inmortalistas que están demasiado pronto en un mundo que abraza a la muerte como una bienvenida liberación. Pero adelantarse es un problema al que las mentes avanzadas han tenido que enfrentarse históricamente.
¿Mirará la humanidad atrás dentro de 100 años para llamar a los inmortalistas visionarios o cómicos? Nos veremos en el 2103 para saberlo.
Bruce J. Klein es director del Instituto de la Inmortalidad, una organización sin ánimo de lucro, humanitaria y constituida por cibernautas. Artículo publicado originalmente en Betterhumans. Se reproduce con autorización del autor.
Traducción del inglés: Juan R. Negrillo