Soy solo y me gusta serlo

Los solteros son cada vez más, pero las porciones de ravioles en el supermercado siguen viniendo para dos. Mitos y verdades de la relación entre estado civil y felicidad.
Por Nicolás Artusi

@sommelierdecafe

Paralizado ante la góndola de congelados, vuelvo a mirar el paquete de ravioles y, como si la cifra pudiera cambiar por voluntad del cliente, otra vez confirmo: 500 gramos, dos porciones.

La soltería me condena a la pasta seca y mi espíritu emprendedor me empuja a imaginar negociones: si Ned Flanders llegó a fundirse con Leftorium, su revolucionaria tienda de productos para zurdos, yo me puedo hacer millonario con el primer supermercado que venda porciones individuales.

Soy solo, pero estoy a la moda. En pleno siglo XXI, el 51% de la gente está casada; en 1960 era el 72%. Mientras los cuentos infantiles encuentran su final feliz en el matrimonio, y el stand-upinterpreta la pareja como el más rutinario de los tormentos, es hora de aceptar la evidencia: algunos de nosotros no vamos a encontrar el amor de nuestras vidas. Y viviremos para contarlo.

La estadística escueta dirá que en las grandes ciudades más de la mitad de las personas viven solas. Lindo dato para el censo. Para la vida cotidiana, la cifra se traduce en un ritual de manías que se eternizan, un latigazo de sábanas heladas en los meses más fríos.

No es inocente que la frase que corona toda parábola infantil ( "y vivieron felices." ) esté conjugada en plural. Y si es cierto que el imperativo biológico nos lleva a aparearnos, la biotecnología ya no exige la cópula para seguir llenando el mundo de niños que lloran en los bares. Los seres humanos buscamos el amor, pero la urgencia de la época nos exime de la aspiración romántica por excelencia: el amor para toda la vida. Algunos podemos conformarnos con un amor que dure una temporada completa de nuestra serie favorita.

¿Será que la fábula empieza a escribirse en primera persona del singular? La psicóloga social estadounidense Bella DePaulo, en su astuto libro Singled Out ("cómo los solteros son estereotipados, estigmatizados e ignorados, y aun así, viven felices después de todo"),descubre que el 55% de los solteros busca pareja; los demás disfrutan de su independencia.

Ahí donde una mitología popular repite que los casados viven más tiempo o son más felices que los solteros, ella desmiente: graduada en Harvard y solterísima, DePaulo demuestra en sus investigaciones que el matrimonio provoca un súbito alegrón pero, después de la fiesta y la maratón obscena de pizzas a las 7 de la mañana, los niveles de felicidad vuelven al promedio anterior. Como cuando alguien gana la quiniela. Y aunque sea cierto que es una lotería toparse con el amor verdadero, para algunos el golpe de suerte toma la forma de la epifanía más mundana cuando descubre que en la heladera quedaron tres empanadas de anoche.

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