Nos reconocen y nos ignoran, pero nos quieren

Los gatos se habrían domesticado por su cuenta, acercándose al hombre en la época de los primeros asentamientos agrícolas. De ahí, su extrema autonomía
POR SIMONE COSIMI / REPUBBLICA Y CLARÍN

06/12/13 - 13:40

En el fondo, cualquiera que posea un gato se lo pregunta a sí mismo cada día: “¿Me reconoce? ¿No me reconoce? ¿Me ignora?” Un estudio de la Universidad de Japón, publicado en el Animal Cognition Journal, ha descubierto la respuesta. Los amados felinos individualizan sin problema alguno la voz del propietario o de las personas con quienes viven, pero eligen deliberadamente hacer caso omiso a cualquier requerimiento de parte de sus amos.

Cuántas veces, por otra parte, los descorazonados amos se han repetido con una pizca de ironía, constatando la proverbial frialdad de sus amigos cuadrúpedos: “El gato no es como el perro, no pertenece a nadie. Más bien, él elige a la familia con quien comprometerse”.

La investigación, conducida por Atsuko Saito y Kazutaka Shinozuka, coloca bajo la lente a veinte gatos domésticos estudiados en sus propios hogares. Los investigadores ubicaron al amo fuera del campo visual del animal, y en el momento indicado, expusieron a los felinos a tres grabaciones de otras voces desconocidas que los llamaban por sus nombres. Sin embargo, tuvieron cuidado en alternar un llamado ignoto con el del propietario, seguido a su vez de otro llamado desconocido: una mezcla de llamados para confundir todavía más las aguas.

Cada una de las reacciones a cada reclamo fue analizada luego por los investigadores. ¿Cómo? Midiendo una serie de elementos entre los cuales está el movimiento de las orejas, de la cabeza y de la cola, así como la dilatación de las pupilas, reacciones eventuales y movimientos de los animales.

¿El resultado? Cuando sentían que eran llamados, los gatos se predisponían a aquello que los científicos definieron como “comportamiento orientado”, es decir, moviendo la cabeza y las orejas para individualizar con precisión el origen de la llamada.

La respuesta a la voz del propietario fue la más marcada y reconocible. Y esto es, al menos, un pequeño alivio para los descorazonados amantes de los felinos. No obstante, los pequeños mamíferos no se movieron de sus lugares, ignorando el presunto legado preferencial.

"Estos resultados indican que los gatos no responden proactivamente con actitud comunicativa a sus propietarios, si estos están fuera de su campo visual –escriben Saito y Shinozuka en la investigación– a pesar de reconocerlos". Por ende, si bien lo saben, o al menos lo intuyen, no se arriesgan y prefieren quedarse donde están. Una relación completamente opuesta a la de los festivos canes.

“Michi”, por ende, nos ignora a sabiendas. O al menos, el hecho de llamarlo para acariciarlo, sea el amo o un desconocido, no produce diferencia alguna en la actitud sucesiva al reconocimiento.

Pareciera que aquellas instrucciones no tuvieran ningún efecto sobre él. Pero ¿cómo es posible que los gatos se comporten así? Es difícil decirlo. El estudio japonés arroja, sin embargo, una interesante clave interpretativa. En parte, ya propuesta en el pasado, pero reubicada bajo la lente a la luz de nuevos experimentos.

Las raíces del irritante “me importa un bledo” felino podrían esconderse en los albores de la domesticación de la especie. Una dinámica histórica de la cual derivan las profundas diferencias con los afectuosos e hiperactivos perros.

Algunas investigaciones genéticas recientes citadas en la investigación de la Universidad de Japón, han revelado, en sustancia, que los gatos son extremadamente autónomos, desconfiados y no responden a los reclamos porque fueron, literalmente, “domesticados por ellos mismos”.

Además, la convicción general del hecho que es propio del gato, el elegir casa y amo, parece históricamente justificada. El más acreditado antepasado del gato doméstico moderno, el “Felis silvestris lybica”, animal selvático africano puesto en contacto con los seres humanos hace 9 mil años -compitiendo con el “Felis chaus”, más pequeño- fue atraído por la caza de roedores, a su vez concentrados en los depósitos de granos, en eras de las primeras sociedades agrícolas, que se desarrollaron 10 mil años atrás.

De hecho, serían ellos quienes tomaron la iniciativa respecto a la relación con el hombre. Cuentan los estudiosos: “Hablando bajo el perfil histórico, los gatos, contrariamente a los perros, sometidos por millares de años a las presiones de los humanos, no fueron domesticados para obedecer”.

Por lo tanto, se debería hablar justamente de una domesticación suspendida a medio camino: son, de hecho, los propios gatos quienes se acercaron a los asentamientos humanos en busca de ratas y ratones, proponiéndole al hombre una suerte de tregua.

En suma, la ciencia llega finalmente a afirmar aquello que algunos amos y anfitriones intuían del gato. Y a darle la mayor importancia: el fundamento histórico.

Sin embargo, dicen los estudiosos japoneses que no hay que descorazonarse: a pesar de que los perros sean considerados más afectuosos que los gatos, tener un perro o un gato no difiere significativamente en cuanto al nivel de cercanía afectiva de los propios animales domésticos. Y también, “Michi”, a su manera, sabe corresponder a ese afecto.

Traducción: Ingrid Reca

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Fuente: http://www.clarin.com