El límite de la juventud: el error que cometen quienes no aceptan el paso del tiempo
Ser joven está sobrevaluado en esta era de cuerpos editados y rostros irreales. ¿Cuàl es el precio de perseguir la juventud?.
Ser joven está sobrevaluado, y el costo de negarlo puede ser irreversible. La obsesión por sostener una imagen eterna está empujando a muchas personas a peligros extremos.
El espejismo de una juventud eterna
La presión por no envejecer ya no es una novedad. En una era dominada por la cultura visual, la idea de que ser joven es sinónimo de valor se ha convertido en una obsesión masiva. Rostros sin arrugas, cuerpos tonificados, pieles estiradas, pómulos perfectos, siluetas esbeltas y una juventud que se promete infinita si se paga el precio.
Pero, ¿cuál es el costo real de negar el paso del tiempo?
Lo que antes era considerado parte natural del crecimiento, hoy es visto como algo que debe ocultarse, intervenirse o, directamente, erradicarse. En este contexto, las cirugías estéticas ya no son vistas como procedimientos médicos, sino como pasos obligatorios para sostener una ilusión: la de detener el reloj biológico.
Cuerpos que callan, cifras que gritan
Historias como la de Elba Cristina Portela de Torres, una mujer de 42 años que falleció tras estar ocho horas en el quirófano de un centro estético en Villa Carlos Paz, son una alarma urgente. Buscaba una reducción mamaria, una lipoaspiración y una dermolipectomía. Terminó perdiendo la vida por un paro cardiorrespiratorio.
Días antes, Roxana Zárate, de 36 años y madre de cuatro hijos, murió luego de someterse a una liposucción en una clínica en Corrientes. Su caso se sumó a otros que quedaron grabados en la memoria colectiva, como el de Solange Magnano, ex Miss Argentina, que falleció a los 38 años luego de recibir inyecciones estéticas no autorizadas.
Las estadísticas no siempre alcanzan a reflejar la magnitud del problema. Porque detrás de cada número hay un rostro, una familia, una historia truncada. Lo que une a todos estos casos es la presión de un modelo inalcanzable, un ideal imposible: el de una juventud eterna.
El culto a la juventud que nunca vuelve
El mandato social que empuja a lucir siempre joven ha generado consecuencias devastadoras. No se trata sólo de bisturíes y agujas, sino de una construcción cultural que valora más la apariencia que la experiencia, más la piel tersa que la sabiduría ganada con los años.
Los rostros operados, los cuerpos intervenidos, parecen responder a un mismo molde. Como si todas quisieran parecerse a una misma versión de juventud que ya no existe. Y en esa búsqueda, se pierden identidades, historias, cicatrices y singularidades que hacen único a cada ser humano.
El resultado: una cara que ya no se reconoce. Un espejo que devuelve un reflejo extraño. Una generación atrapada en el intento de borrar el paso del tiempo.
La verdadera revolución: crecer
Aceptar el paso del tiempo no es resignarse: es revolucionario. En un mundo que premia lo eterno y castiga lo real, crecer, madurar, cambiar es un acto de resistencia.
¿Por qué la adultez se ha vuelto un estorbo? ¿Por qué se desprecia el proceso de envejecer cuando es precisamente ahí donde habita la experiencia, la profundidad, la autenticidad?
La sobrevaloración de la juventud es una construcción de mercado, de redes, de algoritmos que premian lo visual. Pero la vida real no tiene filtros. Y negar el paso del tiempo no lo detiene, sólo lo disfraza.
El tiempo, como siempre, sigue pasando.