Triunfo
Con el espíritu del libro «Historias con semilla que pueden cambiar al mundo», de Claudio PensoEn la antigua Roma había un día glorioso para todo comandante militar que hubiera regresado victorioso junto a su ejército. Los padecimientos de la guerra podían olvidarse, mientras aguardaba en el Campo de Marte que comenzara la ceremonia del Triunfo.
Era necesario que el Senado lo concediese. El espectáculo comenzaba con un desfile militar que tenía un riguroso itinerario previsto. Antes de ingresar en la ciudad pasaban por una puerta especial de las murallas, la Porta Triumphalis; de allí al Velabrum, Foro Boarium y Circo Máximo, desde donde se dirigían al monte Capitolino a través de la Vía Sacra del Foro Romano.
El Triumphator era acompañado por un esclavo que sostenía los laureles de la victoria sobre su cabeza durante el trayecto, éstos le serían ofrendados a Júpiter. Tenía un propósito y era recordarle constantemente la fórmula Respice post te, hominem te esse memento: Mira hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre.
Los que accedían al Triunfo no sólo habían tenido una victoria, ya que no se concedía por una batalla ganada de una guerra perdida. La victoria debía ser significativa, con un resultado de por lo menos cinco mil enemigos abatidos. Además, la guerra debía ser Bellum Lustrum, es decir correctamente declarada. Y por último, era necesario que el triunfador hubiera traído las tropas a casa, simbolizando el fin de la contienda y de la necesidad del ejército.
Los romanos sabían que la victoria era el estado máximo de gloria, confianza y reconocimiento para cualquier hombre. Por eso, coronaban la ceremonia recordándole a sus triunfadores que sólo eran hombres, no dioses.