¿Puede el pensamiento modificar el cerebro?
Se trata de la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro para modificar su estructura y funcionamiento en respuesta a la experiencia.¿Puede el pensamiento modificar el cerebro?
A pesar de que con frecuencia la ciencia y la religión están en conflicto, el Dalai Lama tiene un enfoque diferente. Más o menos una vez al año, el jefe del budismo tibetano invita a un grupo de científicos a su casa de Dharamsala, en el norte de la India, para conocer sus trabajos y ver en qué forma el budismo puede contribuir en éstos. Las siguientes son viñetas adaptadas de “Ejercite su Mente, Cambie su Cerebro”, que describen esta incipiente área de la ciencia: Durante su visita a una escuela de medicina de Estados Unidos, el Dalai Lama, quien presenció una operación de cerebro, hizo una sorprendente pregunta a los cirujanos:
¿Puede la mente modificar la materia cerebral?
Los neurólogos le explicaron que las experiencias mentales reflejan cambios químicos y eléctricos en el cerebro. Por ejemplo, cuando los impulsos eléctricos se transmiten a gran velocidad hacia la corteza visual, vemos; cuando los impulsos neuroquímicos viajan por el sistema límbico, sentimos. Pero había algo en esta explicación que le inquietaba al Dalai Lama.
¿Podría funcionar esto a la inversa? Es decir, además de que el cerebro genere pensamientos, esperanzas, creencias y emociones que se suman a eso que llamamos “mente”, tal vez entonces, la mente también pueda actuar en sentido inverso, en el cerebro, para provocar cambios físicos en la materia que los creó?
Si es así, entonces el pensamiento puro cambiaría la actividad cerebral, sus circuitos o hasta su estructura. El neurocirujano hizo una difícil pausa. "Los estados físicos dan origen a estados mentales", confirmó; la causal “descendiente”, del estado mental al físico, no es posible. El Dalai Lama ya no discutió. No era la primera vez que un hombre de ciencia había desechado la posibilidad de que la mente pudiera cambiar al cerebro.
En ese entonces el Dalai Lama pensó que no existen bases científicas para afirmarlo de manera tan categórica, según explicaba él mismo. "Estoy interesado en el grado en el que la mente y los pensamientos específicos y sutiles, pueden influir en el cerebro". El Dalai Lama se refería a una naciente revolución de la investigación cerebral.
En la última década del Siglo XX, los neurólogos desecharon el dogma de que no era posible cambiar el cerebro adulto. Por el contrario, su estructura y actividad pueden cambiar en respuesta a la experiencia, gracias a la habilidad llamada neuroplasticidad. Este descubrimiento ha generado nuevos y prometedores tratamientos para niños con dislexia y pacientes con apoplejía, entre otros. No obstante, los cambios cerebrales descubiertos en las primeras etapas de la revolución de la neuroplasticidad reflejaron la influencia del mundo exterior. Por ejemplo, cierto discurso sintetizado puede alterar la corteza auditiva de los niños disléxicos, de manera que permite que sus cerebros escuchen las sílabas previamente confusas; los movimientos que se practican de manera intensa pueden alterar la corteza motriz de pacientes con apoplejía, y permiten que muevan sus brazos y piernas, alguna vez paralíticos.
El tipo de cambio por el que preguntó el Dalai Lama era diferente. Provendría desde el interior. Algo tan intangible e insustancial como un pensamiento, volvería a cablear el cerebro. Para los mandarines de la neurología, esta idea parecía como si el ala de una mariposa pudiera abollar un tanque blindado.
La neuróloga Helen Mayberg no se ganó el favor de la industria farmacéutica al descubrir en 2002, que las pastillas inertes -conocidas como placebos- funcionaban de igual manera que los antidepresivos en los cerebros de personas deprimidas. La actividad en la corteza frontal, lugar donde se genera el pensamiento superior, aumentaba; la actividad en las regiones límbicas, especializadas en las emociones, disminuía. Entonces la Dra. Mayberg pensó que la terapia cognitiva-conductista, en la que los pacientes aprenden a pensar de manera diferente sobre sus pensamientos, podría actuar con base en el mismo mecanismo.
En la Universidad de Toronto, la Dra. Mayberg, el Dr. Zindel Segal y sus colegas usaron primero imágenes cerebrales para medir la actividad cerebral de adultos deprimidos. Algunos de estos voluntarios recibieron entonces paroxetina (nombre genérico del antidepresivo Paxil), mientras que otros asistieron de 15 a 20 sesiones de terapia cognitiva-conductista, donde aprendieron a eliminar el hábito de pensar de manera catastrófica. Es decir, se les enseñó a dejar el habito de interpretar cada pequeño revés como una calamidad, como cuando llegaban a la conclusión que nadie los amaba, porque en una cita les había ido mal. La depresión de todos los pacientes desapareció, sin importar si sus cerebros habían recibido un potente medicamento, o con una manera de pensar diferente. No obstante, el único “medicamento” que recibió el grupo de la terapia cognitiva-conductista fueron sus propios pensamientos.
Los científicos exploraron el cerebro de sus pacientes otra vez, esperando que los cambios fueran iguales, sin importar el tratamiento, tal y como lo había encontrado la Dra. Mayberg en su estudio de los placebos. Pero no fue así. “Estábamos totalmente equivocados”, dijo.
La terapia cognitiva-conductista había silenciado la actividad excesiva de la corteza frontal, lugar del razonamiento, la lógica, el análisis y el pensamiento superior. Los antidepresivos elevaron la actividad en esa misma región. La terapia cognitiva-conductista elevó la actividad en el sistema límbico, el centro emocional del cerebro. El medicamento redujo la actividad precisamente ahí. Con la terapia cognitiva, dijo la Dra. Mayberg, el cerebro se volvió a cablear “para adoptar diferentes circuitos de pensamiento”.
Estos descubrimientos sobre cómo la mente puede cambiar al cerebro tienen una cualidad impactante, se basan en sólidos estudios con animales. Por ejemplo, la atención parece ser una de esas cosas efímeras que van y vienen a la mente, pero que no tienen una presencia física real. Sin embargo, puede alterar el esquema del cerebro de manera tan potente como el cincel de un escultor que modifica una piedra.
Como individuos, somos partícipes de una sociedad compleja. Cada uno de nosotros generamos o influenciamos de una u otra forma las circunstancias que nos rodean. Hemos sido favorecidos con el supremo obsequio del libre albedrío. No podemos más que asumir la responsabilidad de lo que como individuos hacemos, decimos, pensamos y sentimos.
Sabemos que la calidad de nuestros pensamientos afectan nuestro entorno. La ciencia ha venido a demostrar que también afectan nuestra propia naturaleza física. Es decisión de cada uno de nosotros elegir lo que deseamos pensar. Nadie nos obliga, sólo nuestra voluntad.
Es tu decisión lo que elijas pensar.