Perchas más... perchas menos

Casi todos los guardarropas se parecen...

“No tengo qué ponerme”, hemos dicho muchas veces casi todas las mujeres, y muchos hombres, abriendo un guardarropas cargado con perchas ocupadas, estantes atiborrados y cajones desbordantes. Todas las perchas están ocupadas y sin embargo... nada alcanza para cubrir nuestra desnudez. Qué es lo que sucede? Acaso somos insaciables – como nos suelen decir a menudo – o resulta que atesoramos prendas que por distintos motivos no podemos utilizar?

Cuando analizamos – desorientados – lo aparentemente contradictorio de sentir que “no tenemos ropa” cuando ni siquiera hay una percha vacía, solemos poner en marcha, mentalmente, un inventario demasiado conocido: algunos vestidos ya no nos calzan; otros pertenecen a un estilo abandonado, sin embargo siguen firmes ocupando un sitial de privilegio.... y hay motivos para ello. Algunos los retenemos porque los hemos amado mucho; otros, porque nos recuerdan a quien nos lo regaló o el momento de felicidad del que fueron testigos.

Están aquellos que nos evocan la silueta que aún no nos resignamos a olvidar y también los que guardamos para que lo usen nuestros hijos o se disfracen nuestros nietos. Se trata de un amplio espectro que pertenece al pasado o a una expectativa futura, pero que desviste el presente.

Esta imagen del guardarropa nos enfrenta con algo más que la vestimenta que guarda, pues lo inevitable de nuestro contacto de cada mañana pone en marcha actitudes que son reveladoras cuando nos entretenemos en analizarlas. Por otro lado, la intimidad que se produce entre nuestro cuerpo que necesita ser cubierto, nuestra personalidad que requiere ser satisfecha, la ocasión que nos demanda vestimenta apropiada y la ropa que espera por nosotros, genera un espacio virtual por el que circulan estados de ánimo y expectativas diversas.

El guardarropas, como la vida, es un espacio finito y la intención de pretender “poner orden” en él obliga a negociar con uno mismo porque – inevitablemente – se impone la necesidad de “hacer espacios” y para ello concretar desprendimientos.

Liberar perchas, desocupar estantes y vaciar cajones es una tarea de desprendimiento, simple en apariencia pero profundamente compleja, porque toda persona tiene motivos valederos para retener lo que guarda y, al mismo tiempo, para querer desprenderse de todo aquello que retiene

Se entabla una lucha entre distintas necesidades de una misma persona. De no mediar una negociación consciente,la lucha suele perpetuarse con escaramuzas que alternan arranques de limpieza” con actitudes de conservación. Estas escaramuzas sólo alivian temporariamente la conciencia que no resuelven la situación y, a veces, hasta la empeoran.

Con frecuencia llegamos a lamentar habernos desprendido de algunas prendas de la misma manera que nos reprochamos seguir guardando otras. Se impone una negociación, pero negociar no es fácil y mucho menos con uno mismo, para llegar a tomar una decisión y contar con el “consenso interno” para sostenerla.

Cuando nos animamos a negociar y finalmente logramos hacer espacio desprendiéndonos de aquellas prendas que no cubren nuestras necesidades presentes, surgen ante nuestros ojos las siluetas descarnadas de las perchas vacías. Ellas gritan ausencia y reclaman lo que les falta. Resulta de una evidencia aplastante que hay necesidades que no están cubiertas.

La evidencia de lo que nos falta se convierte en el estímulo para buscar lo que necesitamos. En otras palabras: las perchas vacías nos brindan un gran servicio porque nos dan la oportunidad de lanzarnos en pos de lo que necesitamos.

Es desde esa perspectiva que podemos decir que las perchas vacías se convierten en proyectos potenciales.

También en el guardarropas se van acumulando experiencias, recuerdos, vínculos y roles, hasta llegar a dimensiones inmensurables. El paso del tiempo agrava esta acumulación porque hace que las cosas pierdan vigencia. Por eso en determinados momentos de la vida resulta imperioso negociar con uno mismo para poder desprenderse de aquello que – de seguir arrastrando – puede llegar a convertirse en un lastre.

Son infinitos los ejemplos que en la vida cotidiana de mujeres y varones dan cuenta de los desprendimientos logrados o malogrados.

Al igual que los niños que se desprenden de sus juguetes para poder avanzar”, los adultos también necesitan desprenderse de objetos o situaciones que perdieron vigencia.

La dificultad para dejar en el pasado lo que pertenece al pasado ocupa un espacio presente que corre con todos los “costos de mantenimiento” sin ningún beneficio. La negociación en el espacio exterior – representada en el hecho de guardar o desprenderse de los vestidos - necesariamente requiere ser precedida por una negociación con el espacio interior.

Sin la negociación previa con uno mismo, resulta muy difícil abordar con éxito otro tipo de negociaciones.

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