La abundancia, el nuevo desafío de la rica Noruega

Rodeado de vecinos en bancarrota, este país debate cómo hacer perdurar el bienestar

Una alfombra blanca cubre las calles de la capital de Noruega, donde los días, cortísimos, transcurren envueltos en una tranquilidad que por aquí, según dicen, es típica del invierno. Envuelta en una campera de plumas de ganso para afrontar los 20 grados bajo cero, Katrine Oeksnes pasea alegre con Aurora, su hija de nueve meses, escondida en su cochecito bajo varias capas de ropa.

A los 30 años, Oeksnes, madre soltera, disfruta de su hija bajo el cobijo del Estado de bienestar noruego. Además de su sueldo de terapista ocupacional, que, aun durante su licencia por maternidad, de un año y medio, cobra casi por completo, recibe tres pagos adicionales del gobierno. "Es mi derecho", dice.

A unas cuadras de allí, una hilera de grúas de construcción levanta gigantescos edificios que cambiarán la silueta de Oslo.

Mientras la mitad de Europa cuenta las monedas para rescatar a la otra mitad que todavía tambalea por la resaca de la crisis mundial, Noruega, que 40 años atrás era una de las naciones más pobres del Viejo Continente, mira los tropezones de sus pares europeos desde arriba y lidia con los problemas de la abundancia, recostada en las bendiciones del petróleo y una filosofía que combina el socialismo con el capitalismo.

"El debate, ahora, es la situación de los hospitales", apunta a La Nacion Rikke Lind, secretaria de Estado del Ministerio de Comercio. En Nordland, una provincia del Norte, hay malestar porque el gobierno quiere reducir el número de hospitales con el argumento de que sobran.

"La gente quiere rutas nuevas, jardines de infantes nuevos, quedarse con los hospitales. Siempre hay presiones, y puedo entenderlo. La gente dice que Noruega es un país rico y se pregunta por qué no podemos usar un poco de dinero en esto y otro poco en esto otro -apunta Lind-. Pero si seguimos gastando todo el dinero, cuando mi hija de tres años se jubile, no habrá más".

Las preocupaciones que aquejan a los funcionarios noruegos están lejos de las que enfrenta el resto de Europa. Con un ingreso per cápita de 85.500 dólares, una población homogénea de apenas cinco millones de habitantes y miles de millones ahorrados con los excedentes que deja el petróleo, en Noruega apenas parece haberse sentido el golpe de la crisis global.

"La economía anduvo bastante bien. Claro que el desempleo aumentó, pero, aun así, está en el 3,3%, equivalente a unos 90.000 desocupados. Es muy bajo", apunta Tone Floetten, directora de FAFO, un instituto de investigaciones laborales y sociales.

Floetten cree que el Estado de bienestar noruego no corre peligro, y reconoce que, por momentos, la gente espera mucho del gobierno.

"Pero aun con todos los beneficios, la mayoría de los noruegos trabaja", acota. De hecho, alrededor del 80% de los mayores de 25 años forma parte de la fuerza laboral. Dentro de ese grupo, el 75% de las mujeres trabaja, uno de los porcentajes más altos del mundo. Más aún: muchos en Noruega afirman que el Estado de bienestar mejora la productividad.

El despegue del país, que comenzó a tomar forma luego de la Segunda Guerra Mundial, tiene una fecha concreta: el 23 de diciembre de 1969, cuando se descubrió el primer yacimiento de gas y petróleo. Hoy hay unos 60 yacimientos en producción en la plataforma continental noruega, y Statoil, la estrella del universo de empresas públicas, es la primera petrolera off-shore del mundo.

Rendir cuentas

Pero el éxito de Noruega, que se acostumbró a liderar el ranking del Indice de Desarrollo Humano (IDH), no se explica sólo por el mar de petróleo, que lo transformó en el noveno exportador de crudo del mundo. Statoil, al igual que el resto de las empresas estatales, está obligada a dar ganancias y a rendir cuentas, y el desempeño de sus directores se mide con el de sus pares en empresas competidoras.

"No puede haber decisiones políticas en el día a día de los negocios", sostiene Lind.

Con todo, en Noruega hay lugar también para las controversias. Con un perfil pacifista, el hogar del Premio Nobel de la Paz es, a la vez, uno de los principales exportadores de armamento. Statoil se ha visto envuelta en escándalos de corrupción. Años atrás, admitió haber pagado sobornos en Irán para obtener contratos de exploración.

Pero es en esas inversiones donde descansan, en parte, los beneficios que recibe Katrine Oeksnes, que, sin perder su sonrisa, contesta con naturalidad cuando La Nacion le pregunta si los jóvenes son conscientes de los beneficios que tienen o si temen, como en otros países de Europa, que se pierdan en ajustes fiscales. "No, no creo que termine. Esto va a durar para siempre", responde.

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Por Rafael Mathus Ruiz | www.lanacion.com