Jerarquizar valores
No todos son iguales. Algunos son más importantes que otros porque son más trascendentes, porque nos elevan más como personas y corresponden a nuestras facultades superiores.Entre los valores objetivos existe una jerarquía, una escala.
Podemos clasificar los valores humanos en cuatro categorías:
- Valores religiosos
- Valores morales
- Valores humanos inframorales
- Valores biológicos
Niveles de valores
Valores religiosos: Fe, esperanza,carida caridad, humildad, etc.
Valores morales: Sinceridad, justicia, fidelidad, bondad, honradez, benevolencia, etc.
Valores humanos inframorales: Prosperidad, logros intelectuales, valores sociales, valores estéticos, éxito, serenidad, etc.
Valores biológicos: Salud, belleza, placer, fuerza física, etc.
La línea más baja representa el nivel biológico o sensitivo. Los valores de este nivel no son específicamente humanos, pues los comparten con nosotros otros seres vivos. Dentro de esta categoría quedan comprendidos la salud, el placer, la belleza física y las cualidades atléticas.
Desafortunadamente, hay muchas personas que ponen demasiado énfasis en este nivel. No es raro escuchar frases como ésta: «Mientras tenga salud, todo lo demás no importa». Según esto, uno lo pasaría mejor siendo un saludable jefe de la mafia que un enfermizo hombre de bien. Ya lo decía Tomás de Kempis hace unos cinco siglos: «Muchos se preocupan por vivir una vida larga, pero pocos por vivirla rectamente».
No eres más persona porque seas sano o bien parecido. Eso no te dignifica ni aumenta tu valor. Recuerda que estamos hablando del nivel más bajo, que compartimos con los animales.
Algunas personas invierten buena parte de su tiempo en buscar comidas saludables, planear bien su dieta y practicar ejercicio. Todo esto tiene su lugar en la vida, pero un lugar limitado; más o menos como el saque inicial en un partido de fútbol. No tenemos por qué «vivir para comer» sólo por el hecho de que tenemos que comer para vivir.
Los valores del segundo nivel, valores humanos inframorales son específicamente humanos. Tienen que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza, de nuestros talentos y cualidades. Pero todavía no son tan importantes como los valores morales. Entre los valores de este segundo nivel están los intereses intelectuales, musicales, artísticos, sociales y estéticos. Estos valores nos ennoblecen y desarrollan nuestro potencial humano.
El tercer nivel comprende valores que son también exclusivos del ser humano. Se suelen llamar valores morales o éticos. Este nivel es esencialmente superior a los ya mencionados. Esto se debe al hecho de que los valores morales tienen que ver con el uso de nuestra libertad, ese don inapreciable y sublime que nos hace semejantes a Dios y nos permite ser los constructores de nuestro propio destino.
Estos son los valores humanos por excelencia, pues determinan nuestro valor como personas. Los valores morales incluyen, entre otros, la honestidad, la bondad, la justicia, la autenticidad, la solidaridad, la sinceridad y la misericordia.
Mientras que en los niveles inferiores los valores a veces se excluyen mutuamente -no es fácil pintar con acuarelas mientras se está tocando el saxofón-, los valores morales jamás entran en conflicto entre sí. Forman un todo orgánico. Podemos, y debemos, ser sinceros, justos, honestos y rectos al mismo tiempo. Cada valor apoya y sostiene los demás; juntos forman esa sólida estructura que constituye la personalidad de un hombre maduro.
Los valores morales son incondicionales y siempre prevalecen sobre los valores inferiores. No puedo sacrificar la justicia para gozar de una mayor prosperidad o traicionar a un amigo por el qué dirán. Esto no ocurre con los otros dos niveles inferiores. Aunque la música es un valor superior a la comida, tendré que dejar de practicar el saxofón para ir a comer alguna cosa.
Hay todavía un cuarto nivel de valores, el más elevado, que corona y completa los valores del tercer nivel, y que nos permite incluso ir más allá de nuestra naturaleza. Son los valores religiosos. Éstos tienen que ver con nuestra relación personal con Dios.
El mundo de hoy con frecuencia pasa por alto un hecho muy sencillo: la persona humana es religiosa. Aunque seguramente será difícil encontrar esta afirmación en un texto de sociología -el fundador de la sociología, Augusto Comte, fue visceralmente antirreligioso y creía que la religión habría de ser reemplazada por la ciencia-, no ha habido en la historia una sola sociedad que no haya sido religiosa. Buscamos instintivamente a Dios porque fuimos hechos para Él. Necesitamos a Dios, aunque no siempre caigamos en la cuenta de ello.
Buscamos de forma natural la trascendencia. Fuimos creados para ir más allá de nosotros mismos, para tender hacia arriba, hacia el Absoluto. San Agustín expresó esta verdad justo al inicio de sus Confesiones, donde dice: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Nuestra trascendencia como seres humanos es lo que da sentido y significado a nuestra vida sobre la tierra. Si el hombre cultiva los valores religiosos con tanta tenacidad es porque ellos corresponden a la verdad más profunda de su ser.