El cerebro detrás de la nueva ola del tango
Se enamoró de la milonga, y armó un canal de televisión y una serie de espectáculos que le cambiaron la cara a la música de la ciudad.Por Cicco
Retroceda veinte años. Un hombre entra a una milonga. Es la primera vez que pone un pie en un lugar así. A decir verdad, no solo nunca ha puesto un pie en una pista de tango, tampoco sabe muy bien qué hacer con los pies a la hora de bailar. Lo lleva su mujer, Dolores de Amo, que primero bailó flamenco y luego se enamoró del tango. Así que, para entrar en tema, el hombre decide tomar clases.
A Juan Fabbri esa decisión, la milonga, le cambiaría su vida. Sería, por así decirlo, su bautismo. Un planeta inhóspito lleno de habitantes trajeados, circunspectos, congelados en el tiempo, de los que, más allá de estas puertas, nadie hablaba. Allí estaba el ADN del argentino. Y ese ADN parecía un eslabón perdido del cromosoma nacional. Todo en aquella milonga tenía el espíritu de las viejas AM: crujiente, remoto, en sordina.
Fabbri ya era un hombre con buen ojo para ver oportunidades. Por aquel entonces, se dedicaba al comercio exterior. Su tarjeta personal, rutilante, victoriosa, lo presentaba como trader en textiles y commodities. Desde los 19 volaba a París y Nueva York para llevar y traer productos. No tenía un pelo en la barba y era una luz. A los 30, se transformó en el mayor importador de fibra de poliéster del mercado local. Todas las fábricas textiles del país le compraban a él. Fabbri tenía chapa internacional: gracias a sus contactos, lo habían designado representante exclusivo de Celanese Corp, el competidor mundial del gigante Dupont.
Pero claro, el suyo era un mundo de telas. En el tango, en cambio, era un pichi. Fascinado con el mundo milonguero, se propuso un día llevar una cámara y registrarlo. Para qué: apenas la encendía, los milongueros, cual vampiro al avistaje de cruces, volaban. En esa época, el ambiente era un poco pirata: todos los que estaban allí habían jurado a sus parejas estar en otro sitio.
Fabbri tenía una idea en la cabeza, y cuando él tenía una idea, no había cómo sacársela de encima. Quería hacer un programa de tango en la televisión abierta. Un hallazgo, claro. En ese momento, Grandes valores del tango era el equivalente de museo de cera. Él quería darle al 2x4 una lavada de cara. Para arrancar, fundó La Academia, una milonga con show, y armó con su señora una escuela de tango que desbordaba: doscientas personas. El local de Fabbri llegó a Almagro y despertó la curiosidad de famosos. Desde Madonna a Liza Minelli, desde los Rolling Stones hasta Robert Duvall despuntaron el vicio en sus pistas.
Un día le contó en confianza a su mejor amigo que quería hacer un programa de tango. "¿Estás chiflado vos?", le respondió. Uno tras otro, todos los canales de aire le dieron la espalda."¿Tango?", le preguntaban, frunciendo el ceño. Para ellos, era piantavotos. El equivalente a una bolita de naftalina en su grilla de programación. Pero Fabbri era insistente. Lo bocharon de los canales de aire, así que probó su plan B: se fue a las emisoras de cable. Eran más y -juzgaba él- serían menos pretenciosos. Pero también recibió portazos.
El flamante milonguero textil decidió jugar su última carta. Si nadie aprobaba el programa, él solito haría todo un canal especializado en tango. Llegó con la carpetita a la oficina del gerente de Programación de VCC -por entonces, una de las dos empresas de cable del país-. Le dijo, así, a puro guapo: "Si no me quieren comprar un programa, ¿qué les parece si les hago un canal con 24 horas de tango?". El gerente tragó saliva. "¿Lo ponés en la grilla?", insistió Fabbri.
Quiso Dios -que es el mismo para los tangueros- que en ese momento se paseara por el pasillo Saúl Liberman, dueño de VCC, por esas causalidades de la vida también tanguero viejo. Pero, claro, Liberman también se mostraba un poco desconfiado. "¿Estás loco, Juancito?", dijo -ya se conocían de las milongas-. "¿Cómo vas a llenar una señal los siete días de la semana con 24 horas de tango?", le preguntó. Él sabía bien lo herméticos que eran los milongueros y la pátina de yogur vencido que aún tenía su flora y fauna. Pero a Fabbri no lo parabas con nada: "Yo lo voy a hacer, por eso no te preocupes. La pregunta es si ustedes me van a dar aire".Liberman recogió el guante y aceptó el desafío: "Vos lo hacés -le dijo- y yo te lo pongo en la grilla".
Para entonces, eran mediados de 1993, Fabbri ya no era un milonguero novato. Además de la milonga, hacía producciones para Michelangelo, el epicentro de la movida. Demoró un año en montar el canal y producir material suficiente para estar al aire de sol a sol, de lunes a lunes. En junio de 1994, VCC estrenó Solo Tango, el último de sus 33 canales. Y Fabbri se salió con la suya. En 2011 pasaría a llamarse Tango City.
En menos de seis meses, la señal era reproducida por todos los sistemas de cable. Se veía en todo el país. Y al año siguiente, Solo Tango alzaba su primer Martín Fierro a la mejor programación musical integral. ¿Así que eran viejos, vencidos y polvorientos? ¡Minga!, pensó Fabbri. Con el tiempo, los galardones se sucederían: 24 Martín Fierro y 30 ATVC, que premia producciones de cable de la Argentina y Latinoamérica.
Pero dentro de Solo Tango, sin embargo, era otro cantar. Había que persuadir anunciantes de que el tango ya no miraba hacia atrás, que ahora era lo que se venía. Era la nueva moda. Uf, difícil de hacerlos entrar en razón. Por si fuera poco, las producciones de cada emisión recaían sobre los hombros del pobre Fabbri. Las proveedoras de cable recibían los programas cerraditos, listos para consumir.
Además, mientras hacía magia con los anunciantes y con la producción, Fabbri gastaba las suelas buscando material de archivo tanguero para su señal. Una misión imposible. Y se hacía mala sangre viendo lo poco que se conservaba de viejas grabaciones de los paladines del 2x4 en los canales. Canal 7, por lo pronto, a los tapes que contenían tango los borraba para reutilizarlos en nuevos programas. El canal 11, misma historia. En fin, a nadie le importaba.
Fabbri debió hacer trabajo de hormiga: rastrear tapes del Archivo General de la Nación, y desembolsar de su bolsillo para comprar grabaciones de coleccionistas privados de la Argentina y el exterior. El escollo, sin embargo, le dio un nuevo espaldarazo al proyecto: empezar él mismo, gracias a Solo Tango, a registrar como corresponde los últimos veinte años a pura milonga y gomina.
Mientras tanto, el canal tenía sus primeros hitazos: las clases de baile en tevé,decodificadas por su señora, eran toda una novedad. Así se baila el tango y las clases de milonga fueron una pegada. Los cableros se cansaban de tanto repetir los programas. Hasta Alfredo Casero, el humorista, les dedicaba un sketch donde parodiaba las lecciones de tango. Más rebote, imposible. Solo Tango se transmitía en toda Latinoamérica y llegaba al sur de los Estados Unidos.
Para sacarle al tango el tufo a placard con polilla, Fabrri formuló Solo Tango sobre la base de una estética bien pop. Rapidito. Vertiginoso. Con onda. Convocó sangre joven: Eduardo Berti, el escritor, hacía libretos; Elizabeth "la Negra" Vernaci ponía la voz. Daniel Melingo y Omar Mollo grababan sus primeros tangos en la señal.
Produjo noventa documentales de una hora titulados Los capos del tango, en los que retrató, con corte nacional y popular, la vida de los grandes tangueros, muchos de ellos desconocidos para el gran público. El programa recibió cinco Martín Fierro sucesivos.
A la par, el fundador de Solo Tango se esforzaba en torcer el inconsciente colectivo de los propios tangueros aferrados a la melancolía, el cafetín, la mina que se piantó, la viejita que ya no está. "Déjense de embromar -les decía-. Pongan los pies sobre la tierra. El presente no es un bajón". Con el tiempo, a la cruzada de Fabbri se sumó una ola de jóvenes entusiastas que coparon milongas, orquestas; concibieron giras internacionales, musicales tangueros, y llegaron a inventar un género que le volaría el jopo a la vieja guardia de milongueros: el tango electrónico.
Fabbri y su esposa, mientras tanto, estaban enamorados del tango glamoroso de los años treinta y cuarenta que bailaban en el Sans Souci, a puro brillo, distinción y pomada. Embalados con el éxito de Solo Tango, decidieron ampliar el campo de batalla. Así, él se transformó en presidente, fundador y CEO de empresas relacionadas con el espectáculo y el contenido tanguero en televisión: desde Music Media Productions hasta Latin American Music Country SA, desde la Esquina Carlos Gardel hasta el Piazzolla Tango, desde una producción de tango internacional llamada Tango City hasta el Virtual Tango, el World Tango Tour y el Malbec & Tango House, su local que combina bar, teatro y restaurante en el Soho, frente al Public Theatre de New York.
Produjo en teatro Solo Tango The Show, que salió de gira en 2005 y desembarcó en Rusia y Los Ángeles. También se presentó en la feria mundial de Aichi, en Japón. Un año más tarde, por primera vez, el tango llegó al teatro del Kremlin. Fabbri se hizo tan reconocido que produjo y escribió un musical tanguero con elenco ruso, y en 2007, lo invitaron con su musical como marco de festejo del aniversario de la Revolución Socialista Soviética.
A fines de ese mismo año, compró el Cine Metro en Buenos Aires y lo rebautizó Tango Porteño, el primer teatro restaurante de Latinoamérica, con 1.200 cubiertos. Fabbri concibe espectáculos tangueros a todo trapo, con espíritu de Broadway. En 2009 estrenó su primera película, dedicada al poeta Homero Manzi. En 2011 desembarcó en la tevé abierta con una miniserie policial de ritmo tanguero: Guita fácil.
La Legislatura porteña lo nombró personalidad ilustre, y de paso cañazo: lo designaron representante plenipotenciario de la Subsecretaría de Cultura de la Ciudad en todos los asuntos internacionales relacionados con la difusión del 2x4. Vayas donde vayas, ahí verás los musicales milongueros concebidos por él: de Shanghái a Pekín, de Bombay a Nueva Delhi, pasando por Dubái, Milán, Madrid, Moscú y Estambul. Él ya pasó por ahí. Solo Tango,su señal pionera, llegó a ocho millones de televidentes en todo el mundo. Y ahora ya nadie le dice señor Fabbri. Ahora es Mr. Tango. Chan chan.