Cómo cambió nuestra idea de qué significa salir a correr
Por qué el running se convirtió en uno de los deportes más populares en los centros urbanosLa prehistoria del running es historia reciente. En 1968 Kenneth Cooper publicó Aerobics, un relato de su experiencia como médico y coronel de la Fuerza Aérea estadounidense. Obsesionado por que sus aviadores mantuvieran los estándares de peso, el hombre que bautizaría el célebre -y para muchos traumático- test simplemente los puso a correr. Tanto que logró identificar ese movimiento con el mecanismo aeróbico de provisión de energía, el mantenimiento de peso y otras mejoras orgánicas. Entonces se lo contó al mundo, que nueve años después devoró Todo lo que hay que saber sobre aerobismo, de James Fixx, un ex obeso y fumador crónico que cambió de vida gracias a sus piernas. Fixx puso a un tipo común donde Cooper había puesto pilotos: su fábula de redención física fue un éxito instantáneo.
De a poco, la literatura había ido fijando las condiciones para la expansión del running global, un fenómeno paralelo a la explosión de los centros urbanos superpoblados y a la aceleración en el ritmo de la vida. "Nos llegaban relatos de lo extendido que estaba el aerobismo en Estados Unidos y de que los ejecutivos (nombre muy de la época) se iban a trabajar en zapatillas de correr", recuerda el médico y runner Gustavo Pértega. Aunque ese término llegaría después.
Cuando dejó de decir "aerobismo", la sociedad empezó a hablar de footing (algo así como "andar a pie"), para después quedarse con el más refrescante jogging. No fueron cambios rápidos ni fáciles. En la Argentina, siempre afecta a las represiones internas y externas, los corredores se sentían incómodos. Aún en el refugio de plazas y parques, algún vivillo los cargaba gritando el ahora risueño ¡hop! ¡hop! ¡hop!
La revancha del fitness fue brutal en los ochenta, cuando Olivia Newton John atronaba parlantes con su hit Physical(I wanna get physical. Let me hear your body talk) y conmovía televisores con un clip que mezclaba trucos de televenta, incorrección política contra los gordos y una estética decididamente gay.
El jogging captó esa fuerza, los corredores ya eran miles y los "¡hop!" se esfumaron. Pero una cosa era correr y otra ser un atleta. En 1984 hubo apenas dieciocho inscriptos para la primera maratón de Buenos Aires. La semilla germinó al año siguiente, con 149 personas. La experiencia fue retroalimentando la teoría y la actividad empezó a socializarse en las "agrupaciones atléticas" (Delfo Cabrera, Ñandúes, Águilas de San Martín), decenas de aficionados al mando de entrenadores de impronta scout, bandera y uniforme. Hacían fondos de ochenta kilómetros semanales y pasadas en velocidad. Entrenaban tres días; el resto, corrían por su cuenta.
La primera explosión runner llegó en los noventa.
Con cientos de participantes, las pruebas de calle (de 8 a 10K) empezaron a ser normales durante los fines de semana. La inscripción era muy barata, en un mostrador improvisado. La carrera se hacía con cortes de calle precarios y banderilleros en conflicto con los automovilistas. "Se largaba con un disparo y salías medio apretado, pero como los participantes no eran tantos, a los doscientos metros ya estabas haciendo tu carrera", rememora Pértega. Si había agua era porque algún voluntario llevaba vasitos.
La segunda detonación vino con el fin de siglo, cuando el atletismo de fondo empezó a ceder ante el running como lo conocemos hoy. La multiplicación de los grupos de corredores -mixtos, por género, edad o distancias- es un signo de los tiempos. "Cuando las personas toman confianza con su entrenamiento y comienzan a ponerse metas más altas -explica el sociólogo Carlos De Angelis- transforman una actividad marcadamente individual en otra social, donde se pueden compartir las sensaciones y estimular el rendimiento entre compañeros". Los running teams, más baratos que un entrenador personal, son, además, una buena incubadora para la interacción social.
En un juego de ida y vuelta, se estandarizaron los 10K, la maratón dejó de ser patrimonio de elites (la edición porteña convocó a 9.100 personas en 2013) y llegó la plata grande de los patrocinadores. Ya es normal el paisaje de 10.000 runners un domingo a la mañana, una marea fluorescente que cruza la ciudad con el color que dicte el patrocinador. Claro que la masividad puede conspirar contra el rendimiento: si uno no larga en el primer tercio de la marea, el primer kilómetro consiste en no pisar ni ser pisado.
El Club de Corredores hace entre sesenta y ochenta pruebas de calle y veinte de aventura al año. "En los últimos tres años estimamos un crecimiento del 6% anual en cantidad de carreras y corredores", explica su directora, Valentina Kogan. TMX, otra de las organizadoras, tiene un promedio de 5.000 inscriptos en Buenos Aires y 1.500 en el interior. Las empresas (de indumentaria, auspiciantes y organizadores) también crearon el mercado del running femenino masivo. "Hoy estamos en un 40% de mujeres. Este crecimiento se dio en los últimos cuatro años, porque hace solo diez las chicas eran apenas el 5%", completa Kogan. La tendencia es que ellas sean mayoría en tres años.
De Angelis cree que la expansión del running, una actividad sin horarios, se da sobre todo entre personas sobreocupadas. El otro factor clave es la accesibilidad: todos tenemos cerca una superficie acorde y no necesitamos más que remera, pantalón y zapatillas (para algunos, ni siquiera eso). A pesar de su victoria generalizada, para el sociólogo se trata de un deporte de clase media ampliada, ya que "en los sectores populares, las presiones para verse bien suelen ser menores y las clases altas prefieren actividades de elite, como el esquí, el tenis, el rugby o los deportes extremos". Desde TMX, su director Mariano Álvarez distingue las carreras de calle -más heterogéneas y menos segmentadas- de las de aventura, excluyentes por el valor de la inscripción, el viaje y la estadía.
Para Darío Sztajnszrajber, en el running "hay una tensión entre la reconciliación con el cuerpo y la mercantilización del ocio". El filósofo piensa que correr debería implicar correrse de los dispositivos de consumo de la vida cotidiana. También ve vasos comunicantes con la nueva espiritualidad: respirar mejor, meditar. "En una sociedad muy abrumada por lo artificial, se trata de cierto retorno al estado natural", festeja con moderación.