"Comemos transgénicos hace años y no pasa nada"
El químico Alberto Díaz publicó la reedición de "Bío... ¿qué?", en el que describe el futuro que aventuraba en la primera tirada.Diez años atrás, se publicaba Bío... ¿qué? un libro que llevaba por subtítulo "Biotecnología, el futuro llegó hace rato."
En él se trataban de manera amena los cambios que la biotecnología prometía generar en la sociedad y, especialmente, en la producción industrial y agropecuaria. Su autor, Alberto Díaz, licenciado en Ciencias Químicas por la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, reescribió en estos últimos tiempos ese libro. En el contexto actual, si bien la temática sigue siendo una promesa, presenta el debate sobre la efectiva manipulación de diversos organismos vivos.
Díaz fue director de la carrera de Licenciatura en Biotecnología, del Programa de Transferencia e Innovación Tecnológica de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y del Centro de Biotecnología Industrial del INTI. En la nueva introducción puede leerse: "…la biotecnología ha llegado para hacer realidad los más fantasiosos sueños de construir seres vivos con las más variadas características".
–¿Qué pasó en estos diez años desde la primera impresión del libro en materia de biotecnología?
–En aquel momento el tema era menos conocido, lo tratábamos de manera general. La estructura del libro es la misma pero con actualizaciones. En todos lados pasan cosas todos los días: en las ciencias más, y en las ciencias biológicas pasan miles de cosas todo el tiempo. Pero el libro no se dedica tanto a la parte de ciencia como a la de tecnología: las aplicaciones. Hay aplicaciones de salud que fueron creciendo, y la que más llama la atención es la aplicación de la biotecnología a los sectores industriales en general.
Por supuesto que el impacto en la industria farmacéutica fue tremendo, pero también son importantes los casos de la química, la ingeniería de materiales y la bioeconomía que en general es algo más vinculado al desarrollo industrial, de negocios. Si me preguntás qué me interesa, a mí me interesa en estos momentos el impacto de la biotecnología en materias humanísticas como la antropología o la sociología. El tercer impacto tiene que ver con todo lo de las plantas transgénicas, en el mundo, no sólo en la Argentina, aparecieron cosas muy interesantes que afirman lo que se venía haciendo. Y por supuesto, también la novedad de esta década fueron las discusiones sobre bioética, la identificación de personas, empezar a pensar en establecer una secuencia genómica, predecir o identificar las características que uno quiere que tenga su hijo o no. Son cosas que no se hacen aún, pero es algo en debate.
–¿Y cuál es su posición en ese punto?
–Alguno me dijo, "sos medio NI en eso". Confío en que estos temas se puedan discutir socialmente. Preferiría que no se hagan cosas de riesgo, si bien hay organismos y reglamentaciones que hacen que no puedas hacer determinado tratamiento o diagnóstico, hay cosas que uno debe plantearse no seguir adelante. Los fundadores de la genética se plantearon estas conductas, qué cosas estudiar y qué cosas no se deben hacer porque la tecnología deriva productos a las instituciones fundamentalmente privadas. A veces se mezcla el lucro, algo que no está mal, porque hay que saber qué riesgos tienen estas cosas. De todos modos, los seres humanos no necesitan la biotecnología para hacer barbaridades. Hace poco leía que en Perú, en los años sesenta se hacían esterilizaciones masivas. Pero Fujimori en los noventa lo practicó en mujeres y hombres. Lo leí hace poco, la demanda de la gente porque se mandaron a hacer las vasectomías y ligaduras de trompas de manera compulsiva. O como ahora se pusieron de moda las células madre y se venden tratamientos de cosas que no sólo no existen, sino que pueden traer problemas, y hay turismo científico para eso.
–¿Cree que la sociedad tiene suficiente información como para que ese debate se dé socialmente?
–No. Es un deber de los organismos del Estado proveer esa información. También deberían hacerlo los medios, que también son empresas, más o menos bienintencionadas, pero empresas al fin. Y tampoco están formados para eso. Creo que los ministerios y las universidades tienen la obligación de trabajar en educación de la sociedad. De todos modos, este tema de la falta de información también corre para Europa y EE UU.
–En varios momentos del libro se sostiene que si un descubrimiento no deviene producto no sirva para nada. Si sabemos que las empresas persiguen el lucro, ¿no estamos sembrando las bases para que después se salteen plazos de prueba, se salteen pedidos de informes?
–Las críticas existen, de parte de gente amiga mía, incluso. Son críticas que dicen que la industria y el comercio son una cosa fea, mala. Que ganar plata está mal, todo tiene que ser parte del Estado. Son cosas que salen del sector académico, están en un escritorio encerrados entre sus paredes y no con los pies en el barro. Una cosa es que uno no quiera al capitalismo, pero es otra discusión: el desarrollo de la tecnología se hace con empresas. Y lo que hay que lograr, aunque parezca naif es que las empresas sean lo más decentes posible. De las empresas del campo no conozco mucho, pero conozco de las farmacéuticas y la verdad es que producen bien. Que tengan márgenes de ganancia enormes, es algo para conversar, pero producen bien.
Tenemos una industria nacional farmacéutica que incluye a las cuatro empresas mas importantes, que produce bien. Y eso da lugar a que vos puedas tener medicamentos disponibles en buena calidad, toda la línea que en el mundo se necesita. Eso no lo tiene toda América Latina. Acá la industria farmacéutica es aproximadamente el 60 por ciento del mercado en manos de laboratorios nacionales.
En Brasil por ejemplo, es 30 nacional contra 70 extranjeros. Uno como tecnólogo tiene que ser ingenuo –y no lo somos– para ignorar que esto es un negocio y tiene que darle ganancia al empresario. Lo que sí podemos y debemos hacer es no habilitar los medicamentos que son sólo un negocio, algo que no sirve para nada. Tenemos el ejemplo de las hormonas de crecimiento humano, que se producen a nivel industrial. La aplicación fundamental es para niños que nacen con problemas de enanismo hipoficial. Pero lo ofrecen para lo que sea, sobre todo a los mayores de edad, les prometen que van a estar mejor, que no se les va a caer el pelo, que van a tener mejor sexo. Y las dan en píldoras que no sirven para nada. No podemos permitir eso. Es delictivo, no es lucro y nada más. Pero eso es trampa. Eso es lo que uno tiene que advertir como tecnólogo.
–Pero ¿eso es lo que piden las empresas?
–Depende qué empresas. La demanda es heterogénea. Hoy las pymes del país, que son mayoría, necesitan cosas menores. No son los saltos cuánticos, los descubrimientos novedosos, lo que demandan, sino pequeñas resoluciones mejoras a sus procesos y sus productos. Pequeñas modificaciones que le permiten ganar mercados, y ahí pueden aportar mucho la ciencia y la tecnología. Hay estudios que demuestran que las tecnologías de punta ocupan el 10% de la mano de obra. El resto son empresas más chicas que también necesitan tecnología para ser más robustas y eficaces.
–Usted decía hace un rato que había críticas, incluso de gente amiga. ¿Cuál es la que más le afecta?
–La relacionada con las semillas transgénicas porque me parece que se está jugando un River-Boca: pero ojo que también vale esta crítica para el lado en que yo me encuentro. Se mezcla mucho entre la critica bienintencionada, empiezan a decir que la tecnología arruina la vida campesina y la historia de nuestra comunidad. El uso de la tecnología permite, por ejemplo, insertarle un gen a la soja, que es el ejemplo más conocido para hacerla resistente a los herbicidas. Argentina vive de eso. Se beneficia al productor, y no todos los productores son La Mesa de Enlace: el pequeño productor también necesita tecnología.
Hace 15 años que comemos plantas transgénicas y no pasa nada. En lo que hace a salud no hay problemas. Se confunden los periodistas: el glifosato es un herbicida, un tóxico que si lo cuidamos como hay que cuidarlo y tirando como se debe tirar, no hay problema. Pero si querés maximizar fumigando, vas a generar problemas. La planta transgénica tampoco te genera problema, si te comes una naranja, comes ADN todo el tiempo y no pasa nada. Problemas con el medio ambiente existen. Pero en la Argentina se controla bien, aunque claro, hay problemas, denuncias. El problema es con los herbicidas, a los que hay que controlar más.
El otro problema es económico y social. Ahí sí afecta, porque las nuevas tecnologías en general tienen un desarrollo muy fuerte e impactan mucho. Pero ahí está el rol del Estado para incorporarla a los pequeños productores y llegar de otra manera. Hasta ahora todas las semillas transgénicas son resistentes a algo y con eso son millones de dólares en beneficios para el productor. Pero si vos desarrollás semillas que sean alimentos más completos, la cosa cambia.
El INTA tiene desarrollos de este tipo, por ejemplo, hay plantas resistentes al estrés hídrico. Se vendió la licencia de esa patente al grupo Bioceres, que no son los Anchorena ni los Biolcati. Están desarrollando ingeniería genética para que esa patente se pueda hacer afuera, es un desarrollo propio y se puede hacer otras cosas. Eso lo vamos a defender.
Monopolio y juegos de la política
–La soja produce indudablemente una concentración de la propiedad y de la población en las grandes ciudades.
–Sí, pero no es intrínseco de la ciencia. Es una aspecto del desarrollo tecnológico, no cabe duda. Uno puede advertirlo. Uno debería explicar esto a los políticos que tienen que tener asesores despiertos para que puedan ir estableciendo reglamentaciones que permitan ir para adelante limitando los efectos. Pero eso no es una utopía: Bill Gates perdió un juicio por monopolio en EE UU.
–Independientemente de cuán regulada está una empresa, si su objetivo es producir la mayor cantidad de ganancia en el menor tiempo posible con la menor demanda, es probable que haga maniobras.
–La semilla transgénica llega en '97. Más allá de las cosas que uno puede desmenuzar como plan político, salió. Ahora beneficia a la Argentina ¿o no? Yo no sé cómo hubieran aguantado los planes sociales sin los ingresos por exportación de soja. ¿Se podría haber hecho de otra manera? Puede ser, pero es lo que tenemos. Es un juego político con grandes empresas, que hay que ir manejando.