08/02/2025
Cuando los ausentes se vuelven presencia: el eco eterno de quienes amamos
Las personas que amamos nunca desaparecen del todo. Sus voces resuenan en el viento, en la memoria y en la esencia misma de lo que somos.
El peso de la ausencia y la presencia invisible
El duelo es un tránsito inevitable en la vida humana. La muerte se cierne como un destino insoslayable y, sin embargo, la verdadera pregunta no es cuándo llegará, sino qué queda después de que alguien se va.
Al hablar de la vida, la muerte es una sombra implícita. Se asoma en los rincones de nuestra conciencia, nos observa en la rutina y se mantiene latente, esperando el momento en que lo tangible se disuelva en lo invisible.
Sin embargo, hay ausencias que no son vacíos, sino presencias etéreas. No pueden verse, tocarse ni medirse, pero se manifiestan en las sutilezas de la existencia: en un aroma que regresa de repente, en una frase que resuena en la mente o en un atardecer que pareciera llevar un mensaje cifrado.
No hablo de presencias vivas, sino de aquellas que han trascendido los límites del tiempo y del espacio, aquellas que ya no pertenecen al mundo tangible pero que, paradójicamente, se hacen más presentes cuando creemos haberlas perdido.
La medicina y el misterio de la muerte
Ser médico es estar en contacto permanente con el umbral entre la vida y la muerte. Es conocer cómo se gesta la existencia, cómo el cuerpo se forma y cómo, en un instante, todo puede desvanecerse.
Pero lo que hay más allá de ese conocimiento científico pertenece a un territorio desconocido, donde la certeza cede su lugar a la especulación, al misterio y a la duda.
Gibrán Jalil Gibrán lo expresó con belleza inigualable: “En ella se puso la oscuridad de la duda, que es la sombra de la luz”.
Porque, en efecto, donde hay vida, hay incertidumbre. Y donde hay muerte, también.
La búsqueda de un descanso eterno
Desde tiempos inmemoriales, todas las religiones han construido narrativas para otorgar un propósito a la muerte. Cada una, con sus dogmas y sus ritos, ha intentado responder la misma pregunta: ¿a dónde vamos después de morir?
Para los cristianos, judíos y musulmanes, el destino último es el cielo y su contraparte, el infierno. Para los budistas, es el Nirvana. En cada creencia, más allá de los matices, hay un denominador común: la promesa de un descanso eterno, un lugar donde el sufrimiento desaparece.
Pero la muerte no solo es un enigma, sino también un negocio. La frase de Sir Robert Hutchinson, inscrita en un hospital de Londres, resume con crudeza esta paradoja:
“De hacer de la curación de la enfermedad aún más penosa que la misma enfermedad... ¡Líbrame, Señor!”
Y sí, en medio del dolor humano, muchas veces la medicina y la fe se convierten en industrias que comercian con la desesperación.
Pero más allá de la religión o la ciencia, hay un anhelo universal: ser recordado. No desaparecer del todo. No ser un nombre olvidado en una lápida.
El error de llamar "ausente" a quien nunca se ha ido
Cuando alguien muere, la sociedad suele referirse a él como “el ausente”. Pero, ¿realmente se han ido?
Los sentidos físicos son limitados. Perciben el mundo de manera restringida, dejando fuera una dimensión que trasciende lo inmediato. Si aprendiéramos a mirar con otros ojos, entenderíamos que nadie se ha ido del todo.
No son "ausentes", sino omnipresentes. Están en cada recuerdo, en cada enseñanza que nos dejaron, en cada instante en el que su esencia resurge sin previo aviso.
Los seres que marcaron nuestras vidas permanecen en nosotros de una manera más pura e intensa que cuando estaban físicamente presentes. Su legado no se borra, su voz no se apaga, su influencia no se desvanece.
La comunicación cambia, pero no desaparece. Su mensaje se traduce en un susurro del viento, en un rayo de sol que ilumina un momento de tristeza, en la belleza de un paisaje que parece susurrar “que la paz sea contigo”.
La inmortalidad de quienes amamos
Decir adiós a un ser querido es una de las pruebas más duras de la existencia. Pero, en algún punto del camino, entendemos que no se han ido, sino que han cambiado de forma.
Quizás ahora habiten en las olas del mar.
O en el murmullo de los árboles.
O en las estrellas que nos miran desde lo alto.
Lo cierto es que están ahí, en todas partes, como una presencia inquebrantable que nos acompaña sin importar dónde estemos.
Gibrán Jalil Gibrán lo expresó con maestría:
“Y amé a los seres humanos, los amé mucho. Estos, a mi juicio, son tres: unos que maldicen la vida, otros que la bendicen, y otros que meditan en ella. Amé a los primeros por su desgracia, a los segundos por su generosidad, y a los terceros por su inteligencia”.
En el fondo, todos oscilamos entre esas tres posturas. Hay días en los que maldecimos la existencia, otros en los que la celebramos y otros en los que, simplemente, la contemplamos con asombro.
Pero lo único que permanece constante es el amor. Porque lo que realmente amamos nunca muere, solo se transforma en una presencia que trasciende el tiempo y el olvido.
Nadie se va del todo: la verdad sobre la presencia de los ausentes
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