16/01/2014
Vida y Obra del Padre Mario
El pequeño Giuseppe Mario nació un 1º de agosto de 1915. Italia ya era parte de una guerra que había comenzado en Europa y que se extendía amenazante hacia el resto de los países del mundo.
El panorama no era muy alentador para una joven familia que vivía en carne propia el derrumbe de todo un continente. Y con la llegada del rayón, que desplazó a la seda natural, el negocio familiar entró en crisis. El horror de la guerra obligó a una gran cantidad de europeos a buscar una nueva vida en América. Los Pantaleo vendieron su casa a una Orden de Clarisas de Clausura y partieron rumbo a la Argentina.
En los años ’20 llegaron a nuestro país, más precisamente a la ciudad de Alta Gracia en Córdoba. Sus padres internaron al pequeño Mario como alumno pupilo en un hogar salesiano. Cuando la paz volvió decidieron volver a Italia pero, por alguna razón que se desconoce, lo dejaron a cargo de los hermanos salesianos, Mario sólo tenía seis o siete años.
Luego de un tiempo, los salesianos no tuvieron más noticias de los padres y recurrieron a las autoridades italianas para solicitar la repatriación del pequeño. El único familiar que habían logrado localizar era una tía, quien se haría cargo de su destino. Así fue como ese chiquito volvió solo a Italia en un barco lleno de extraños. ¿Qué cosas pasarían por la cabeza de Mario? ¿Cómo se sentiría ante tanto abandono e incertidumbre? ¿Qué sería de su vida? ¿Dónde estaba su familia? ¿Volvería a ver a sus padres? “Sé que sintieron un rechazo hacia mí y por eso me dejaron al cuidado de una nodriza”, dijo Mario una vez.
Al llegar a Génova fue recibido por su tía Rubina y fue internado en un seminario en Arezzo a cargo de sacerdotes. Sin su ayuda podría haber terminado en cualquier orfanato.
Los recuerdos que el Padre tenía de su infancia eran muy vagos, quizás porque la tristeza fue su única compañera. Este capítulo de su vida fue, quizás, el más doloroso. ¿Qué clase de persona puede llegar a ser completamente feliz cuando no tiene una base sólida de afecto?. El Padre Mario lo sabía bien porque vivió ese dolor en carne propia.
Piccolo Mariolo
EI pequeño Mariolo, como le decía su familiar, dio muestras de su vocación desde muy pequeño. En los jardines del Palazzo Pantaleo había una glorieta y a unos metros de ésta, una mesita de piedra donde el pequeño de sólo 4 años jugaba a ser cura. Su hermana mayor lo encontró una tarde en plena tarea y ocultándose entre los árboles espió la ceremonia. Con una fina y larga tela, el niño cubrió sus hombros alrededor del cuello. En la mesa acomodó minuciosamente un pedazo de pan y una copita con agua sobre una impecable servilleta blanca.
Con sus pequeñas manos elevó el pan hacia el cielo, lo mojó en la copita y les dio las migas a las palomas que asistían inocentemente al juego. La hermana, sorprendida, le preguntó: “¿Qué estas haciendo, Mariolo?”, y como respuesta recibió: “Pero… Yo soy un Padre!! “.
Si bien todos los hijos del Señor estamos bajo su constante vigilia, a algunos los elige especialmente para realizar su tarea en este mundo. Y existen muchos testimonios de apariciones y contactos con lo divino que podrían considerarse prueba de ello. El pequeño Giuseppe Mario fue, quizás, uno de esos elegidos. Siendo un pequeño de 3 añitos, Mariolo sufrió una crisis muy aguda de asma. Su madre Ida, desesperada, lo acompañó con sus plegarias rogando por la vida de su hijito. Se dice que, en un momento, uno de los rincones de la habitación comenzó a iluminarse y, según contó Ida más tarde a su familia, apareció ante ellos la imagen de Santa Teresita.
El Padre Mario nunca tuvo un recuerdo muy claro de ese momento porque era muy pequeño. Lo único que quedó fijo en su memoria fue la sensación de una intensa luz, que baño con su calidez, a él y a su madre. A partir de allí Mario no dejó de adorar y dedicar todas sus plegarias a Santa Teresita que, junto con la Virgen de la Inmaculada Concepción, fueron las únicas imágenes que trajo a nuestro país de su Italia Natal.
Nuevamente hacia Argentina
En Italia, siendo ya un adolescente, la luz de esperanza que guardaba en su corazón de poder reencontrarse con sus padres se fue apagando al ser internado en el seminario de Arezzo, bajo la tutela de su tía Rubina. A pesar de la corta distancia entre Arezzo y su Pistoia natal, el joven Mario no pudo volver a estar con sus padres. Por cuestiones económicas, luego de una corta estadía, fue internado en otro seminario en Viterbo, a pocos kilómetros de la imponente Roma. Más tarde, por la misma razón y siempre bajo la tutela de su madrina Rubina, pasó al seminario de Salerno, al sur de Nápoles, sobre el mar Tirreno, ese mar azul fue testigo y compañero de largas caminatas y atardeceres solitarios de un joven que quedaría mareado en el alma cuando tomó conciencia de que nunca pudo disfrutar de sus padres como lo habían hecho sus hermanos Andrés, Inés y Salvador, y también supo que ya no los vería nunca más.
Ya seminarista de 20 años, Giuseppe Mario decidió conocer a un Sacerdote capuchino muy especial: el Padre Pío de Pietrelcina. Este humilde hombre, recientemente beatificado por el Vaticano, se convirtió en confesor del joven Pantaleo. Entre ellos nació una relación fraternal. Mario encontró en él paz y consejo. Por esto, decidió verlo y consultarlo tantas veces como le fue posible. El 3 de diciembre de 1944 -etapa final de la Gran Guerra-, Giuseppe Mario Pantaleo, de 29 años se ordenó sacerdote católico. Pocos días después, el 8 de diciembre, celebró su primera misa en Matera, pueblo cercano al Golfo de Táranto, y comenzó un corto peregrinaje por Italia, pues todavía no había sido designado para cubrir un puesto fijo.
En 1946, uno de sus superiores le habló a Mario sobre un pedido de sacerdotes que había llegado al Vaticano. Nada menos que Monseñor Caggiano, titular máximo de la Iglesia argentina, le había solicitado al Papa Pío XII que le enviara ministros. El Padre Mario decidió que ése era su destino: sumarse a la tarea de la Iglesia en un país lejano que él ya conocía. No podía quedarse más tiempo deambulando sin rumbo en Italia. El sabía que debía cumplir con una tarea y el camino se abría en América. Mientras comenzaba a preparar su partida, decidió ver nuevamente al Padre Pío para ponerlo al tanto de su decisión. El capuchino, luego de confesarlo, le dijo: “Ve, hijo mío, estás en tu camino… Tú también has sido elegido para una singular misión… Adiós, hijo, adiós”.
El 4 de marzo de 1948 regresa a la Argentina José Mario Pantaleo, pero en esta oportunidad como Sacerdote. Por pedido del cardenal primado Antonio Caggiano, el Vaticano tuvo que enviar varios ministros de la iglesia por falta de sacerdotes. El primer destino del Padre Mario fue la iglesia de San Pedro, en Casilda. El Padre sabía que su misión en estas tierras no iba a ser sencilla, luego de un corto período en este pueblito de Santa Fe, fue nombrado como capellán en el Hospital Provincial de Rosario, donde atendía a los enfermos, realizaba distintas tareas sociales y había tejido amistades muy profundas. Aunque esta situación duró poco, Mario fue destinado a Rufino un lugar lejano a sus inquietudes.
Dos años pasaron para que el Padre Mario se decidiera a pedir el traslado a una gran Ciudad donde pudiera cumplir con su otra vocación, estudiar filosofía. El destino fue el Hospital Ferroviario en Buenos Aires.
De tanto transitar destinos el padre decide buscarse su lugar en el mundo y con los pocos ahorros que poseía y los muchos sueños que lo acompañaban, logra comprarse un terrenito en el olvidado y lejano pueblo de González Catán. El Padre quería afincarse en este pueblo, pero antes debía obtener el derecho a oficiar misa (incardinación). Los comentarios sobre sus facultades para realizar curaciones milagrosas le cerraban muchas puertas entre las autoridades eclesiásticas. Mario estaba envuelto en la disyuntiva.
Por momentos pensaba si Argentina era su destino o debía marcharse. Eran tiempos de necesidades extremas. Durante nueve años, además de su trabajo en el Hospital Ferroviario y como Sacerdote asistente de la Iglesia Nuestra Señora del Pilar, Mario Pantaleo dormía en un baño del subsuelo del Hospital Santojanni; donde había logrado ser asistente del Capellán.
Los años sucesivos en la vida del Padre Mario Pantaleo pueden leerse en la Reseña Histórica de la Obra.
Fuente: http://padremario.org/
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