18/04/2017
¿Qué hay detrás de un enojo?
¿Por qué nos enojamos? ¿Qué oculta verdaderamente un enojo?
“¡Justo a mí me tiene que pasar!”. Si usted es un ser humano es casi imposible que no haya pronunciado esta frase, y luego de emitirla, según sea el caso o la circunstancia, sobreviene el llanto, la recriminación, la vehemencia o bien algún que otro insulto.
Pero, es menos frecuente en estos casos, contar hasta diez, y en lugar de exclamar, preguntarse, “¿por qué a mí no me puede pasar?”, “¿cuáles son los actos o palabras de los cuales debo hacerme cargo o tomar responsabilidad en lo que me está ocurriendo?”, “¿cómo debo direccionar o expresar lo que me pasa sin agresión?“ Claro, para que estas preguntas lleguen debemos sortear al enojo y sus circunstancias.
La Lic. María Gabriela Fernández, psicóloga e integrante del Centro Hémera, Centro de estudios del Estrés y a Ansiedad, define al enojo “como ese lugar inhóspito y solitario en el cual una serie de emociones nos invaden. Nuestros pensamientos giran alrededor de una sola cosa: la injusticia. Frases del tipo: “No corresponde que yo me tenga que tragar su falta de consideración”, “Y yo... que tanto hice por él”, y así podríamos seguir y seguir y seguir... A esto, una actitud rumiante, lo que llamamos popularmente “darnos manija”, es la constante del enojo”.
La ira es generalmente direccionada hacia al campo de nuestras relaciones interpersonales y las puede dañar severamente.
Así, lo explica la Lic. Fernández: “Al principio puede ser que las personas sobre quienes descargamos el enojo (compañeros de trabajo, pareja, hijos, amigos, etc.) nos “hagan caso” y rápidamente corran a enviarnos la información que tenían pendiente, desde cortar el pasto como le habíamos pedido cien veces, u ordenen el cuarto que parece Kosovo. Pero, después, con el tiempo, estas respuestas pierden fuerza.
Si el miedo los hizo actuar antes, ya no más. El otro se defiende: reivindica el poder ser él mismo, no quiere “perderse” entre las demandas (por más pertinentes que sean) y desdibujarse en los reclamos. Esta situación refuerza el circuito, porque el enojado, más injusta considera la situación, más abandonado se siente, más se enoja y peor reclama“.
Entonces, en un mar de recriminaciones y desbordes, ¿por qué nos enojamos? ¿Cuál es el velo que hay que develar tras el enojo?, ¿expresar el enojo hace bien o sólo nos hiere a nosotros y a los otros?
El enojo es el canal erróneo a través del cual disfrazamos nuestras verdaderas necesidades. Entonces, detrás de la ira no hay más que dolor y en algunos sobreviene ante un gran narcisismo de no hacerse cargo de decisiones propias, que no han salido bien y enojarse con los otros es el camino más fácil.
Además, la Lic. Fernández desmitifica un concepto popular sobre el enojo. “Hoy en día es moneda corriente escuchar que es mejor expresar la ira que guardarse lo que a uno le pasa. Esta percepción errónea sobre la salud mental lleva a actos narcisistas que hieren gravemente al otro”.
Así, lo comprueban estudios recientes: gritar una emoción en voz alta en lugar de reducirla, la refuerza. Airear la ira raramente lleva a un alivio real o produce una sensación de desahogo duradera, sino todo lo contrario.
En este contexto, ¿qué hacemos cuando nada parece funcionar? ¿Cómo evitamos el enojo?
La Lic. Fernández recomienda fundamentalmente “hacerse cargo. Es importante en el enojo detenerse a pensar y hacernos dueños de nuestras decisiones, palabras y acciones: verbalizar aquello que nos pasa sin culpabilizar o herir al otro”.
El enojo sólo perjudica tanto a quien lo padece como a quienes lo padecen. Más allá, de todo consejo, quizá El Dalai Lama halla pronunciado las palabras más sabias sobre el tema: “Si nuestra mente se ve dominada por el enojo, desperdiciaremos la mejor parte del cerebro humano: la sabiduría, la capacidad de discernir y decidir lo que está bien o mal”.
Redacción
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