18/03/2014

Poder elegir no complacer

Es bien sabido que los seres humanos dependemos los unos de los otros desde que nacemos, de manera que aprendemos desde muy pequeños la necesidad de establecer lazos afectivos estables "con los que nos rodean".

También pronto empezamos a comprender que estas relaciones suelen ser bidireccionales, de manera que constituyen algo así como un intercambio de favores en que ambos implicados reciben a la vez que dan. Es en este juego relacional en el que se crean dinámicas que a menudo se repiten, de manera que el papel de las expectativas se hace cada vez más relevante: si tu siempre respondes de una manera cuando yo hago algo, esperaré que esto siga siendo así en el futuro. Una de las formas que suele tomar la mercancía que intercambiamos es la de comportamientos de ayuda y apoyo, y, como a todos nos gusta recibir este tipo de atenciones, nos solemos acostumbrar rápidamente a ellas.

Es importante tener en cuenta que estas conductas altruistas suelen comportar sensaciones agradables no sólo al que las recibe, sino también al que las lleva a cabo, que suele sentirse reforzado ya sea por las muestras de agradecimiento del otro o simplemente por el sentimiento de “haber hecho lo correcto”. Fruto de este refuerzo, algunas personas adoptan las pautas de cuidado y apoyo como una manera habitual de interaccionar con los demás, de manera que el complacer o cubrir las necesidades del otro empapa la mayoría de sus relaciones. A priori, este intercambio no tiene porqué comportar nada negativo, ya que se establece una nutrición mútua que suele fortalecer las relaciones humanas. Ocurre sin embargo que a menudo expectativa y frustración van de la mano: si hoy no te comportas como yo espero que lo hagas, sentiré (y seguramente expresaré) cierto desconcierto y enfado al ver que esta vez mis necesidades no han sido cubiertas.

Evidentemente, el generar frustración en los demás no es algo agradable, de manera que es natural y esperable que esto haga que aparezcan en nosotros sensaciones de ansiedad. Los problemas surgen cuando no somos capaces de sostener estas sensaciones y acabamos haciendo cosas que en realidad no queremos hacer con el fin de no molestar o evitar entrar en conflicto con los que nos rodean.

La elección de complacer al otro descuidando las propias necesidades es una opción tan válida como las otras siempre y cuando tomemos consciencia y asumamos las consecuencias que acarrea. Puesto que -lo queramos reconocer o no- nuestros recursos materiales y energéticos son limitados, decidir regar las plantas del vecino implica a menudo poner menos atención al cuidado de las margaritas de nuestro jardín, corriendo así el riesgo de que estas se debiliten y acaben marchitándose.

Tener esto en cuenta es necesario para que podamos tomar una decisión desde la consciencia y no des del miedo sobre qué es lo que queremos hacer hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar nuestras necesidades para complacer a los que nos rodean. Como en toda elección, ambas alternativas comportan ganancias y pérdidas, de manera que debemos ser capaces de contemplarlas y decidir en cada momento lo que mejor se adapte a nuestras necesidades e intereses.

Estar alerta a todos estos factores es especialmente importante en este ámbito, ya que al ser la conducta de ayuda un comportamiento bien visto por la sociedad, podemos caer en la trampa de descuidarnos a nosotros mismos en pro de mantener nuestra fama de ayudadores y ayudadoras, con el desgaste para nuestro bienestar que puede suponer esto a largo plazo.

Vanessa Narváez Peralta. Psicóloga | Fuente: www.resiliencia.org

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