09/10/2021

La gran batalla de los pacientes de cáncer contra el lenguaje

A la palabra cáncer le precede una mala fama, un estigma social tan grande que su sola pronunciación inspira miedo, espanto e incertidumbre.

Somos conscientes de que hablamos para alguien, para el otro y para los otros, pues la comunicación es un conjunto de actos ilocutivos y perlocutivos, por lo tanto debemos cuidar el registro idiomático empleado y la intención con que se emite un mensaje, y más en un contexto como el cáncer.

Así pues, conviene analizar y revisar el código lingüístico entre emisor y receptor. Y con emisor señalamos al personal sanitario, amigos y acompañantes del receptor, paciente de dicha enfermedad.

Nos movemos entre dos extremos: el eufemismo –“Murió de una larga enfermedad”, “Está pachucha”–; la sufijación en diminutivo –“Está malito”–; las metáforas beligerantes –“Eres una campeona”, “Tú puedes con esto y más”–; los imperativos –“¡Ánimo”!, “¡Venga!”, “¡Arriba!”– o las comparaciones –“Esto es una carrera de fondo”, “No va a ser más fuerte que tú”–.

Poner en un compromiso al paciente

Parece que todo se debate en términos competitivos, que los enfermos de cáncer somos atletas en un centro de alto rendimiento. El doctor José Ramón Álamo Moreno, hematólogo del Hospital Clinic de Barcelona, asegura que “ponemos en un compromiso al paciente de tanto repetirle, ‘ánimo, que tú puedes’; y si no pone de su parte o no lo consigue ya no es un buen paciente”.

Nadie supera un cáncer como si fuera un examen universitario, unas oposiciones ministeriales o el nivel C2 de inglés. Y el enfermo de cáncer quiere claridad: no necesita luchar contra ese monstruo gigante que cobra vida y parece que como la hidra mitológica nos va a engullir. El cáncer es una enfermedad que se padece y se cura o no. En ningún caso peleamos contra molinos de viento para lograr una victoria, porque eso supondría la posibilidad de suspender, de fracasar y fallar en el intento.

Nos han educado y acostumbrado desde pequeños a edulcorar, disimular y disfrazar situaciones dolorosas y conflictivas y acudimos al idioma para evitar el reflejo de las mismas. Pero la palabra no debería asustar sino ayudar, facilitar. Gracias a su correcto uso describe realidades, constata situaciones vitales.

El Diccionario de la Academia Española de la Lengua lo deja patente en su segunda acepción: “enfermedad que se caracteriza por la transformación de las células que proliferan de manera anormal e incontrolada”. En la siguiente acepción encontramos el término de “tumor” y luego “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”. Acabamos de topar con el quid de la cuestión: “La droga es el cáncer de nuestra sociedad”.

Connotaciones negativas y peyorativas

El término destructivo hace saltar alarmas y dispara toda una colección de connotaciones negativas y peyorativas que rodean a la enfermedad: perjudicial, corrosivo, nocivo, pernicioso… pero, rápidamente, acude una familia léxica en socorro del enfermo, todo un elenco de términos pertenecientes al campo semántico de la contienda: al paciente se le invita, peor, se le exige que gane al modo de una justa medieval, y da igual el número gramatical que se emplee: en singular –“Tú vas a vencer”– o en plural –“No nos vamos a rendir”–.

La doctora Magariños, psiquiatra en el Hospital Universitario Puerta de Hierro de Majadahonda, en Madrid, afirma que “debemos conectar con el sufrimiento, levantarse para la lucha crea angustia; hay que convivir con la situación real”.

Desde el punto de vista gramatical, el sujeto, en este caso el paciente de cáncer, es la persona que realiza la acción expresada por el verbo de donde se deduce que debe ponerlo todo de su parte, entrar en lid contra el diagnóstico funesto y es entonces cuando la maquinaria del modo verbal en imperativo llega atronadora: “¡¡Venga!!”, “¡¡Anímate!!”, “¡¡Vamos!!”. Mejor expresarse en gerundio “estamos preparando”, o utilizar el presente actual o perífrasis incoativas: “vamos a intentar” y locuciones temporales: “poco a poco”…

El cáncer no es un ser animado ni un contrincante hostigador contra el que tenemos que repartir sablazos y mandobles a diestro y siniestro. Hasta los propios especialistas reconocen el temor o la prudencia y prevención a pronunciar este vocablo. Parafraseando al doctor Carlos de Miguel, hematólogo del mismo hospital de Puerta de Hierro, “al paciente hay que hablarle de manera afectuosa, con palabras sencillas y siempre de forma cercana y sincera”.

O quizá es el propio idioma el que carece de recursos lingüísticos y muestra una incapacidad manifiesta a la hora de enfrentarse a este tipo de situaciones. Sabemos que la repetición de un mismo término, como ocurre con el tan insistente “ánimo”, provoca su desemantización, es decir, queda desprovisto de su carga significativa y lo mismo sirve para un roto que para un descosido: deviene en una muletilla o apoyatura meramente conversacional.

¿Debemos desterrar la palabra “compasión”?

Parece que el cáncer conlleva una larga y penosa travesía por el desierto, un choque militar con todos los destrozos que se derivan del mismo “encontronazo”, y ahí es donde los pacientes debemos dar el callo, ser un auténtico ejemplo de coraje y fortaleza para todos.

Sería bueno plantear por qué casi hemos desterrado de nuestro vocabulario actual el sustantivo “compasión”, ese impulso a aliviar dolor o sufrimiento ajeno, deseo de remediarlo y evitarlo. En definitiva, de eso se trata, y, a pesar de las paradojas del lenguaje y de la creencia popular de que algo habrá que decir, tal vez convenga decir menos, exigir menos, batallar menos y estar más.

Resulta más productivo y alentador revisar la etimología del verbo cuidar (cogitare, en latín) y dedicar esmero, entrega de tiempo y afecto a la persona cuidada. Sin guerras. Sin batallas.

Autora: María Pilar Úcar Ventura - Profesora adjunta de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Departamento de Traducción e Interpretación y Comunicación Multilingüe, Universidad Pontificia Comillas

Fuente: The Conversation

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