09/12/2013

Infidelidad

Nada más desatinado a la hora de reflexionar sobre el amor que creer que la infidelidad es su peor enemigo. Esa mirada valorativa, que se limita a calificarla y sancionarla moralmente como conducta, es una de sus caras

Por Susi Mauer | Para LA NACION

Domingo 08 de diciembre de 2013 | Publicado en edición impresa

Cada historia de pareja es singular y única. Cada vínculo cuida, a su manera, evitar la intromisión de terceros que amenacen su continuidad y el equilibrio que los mantiene juntos. Pero no es juramentando fidelidad eterna que el amor se mantiene vivo. Los pactos amorosos tranquilizan en un comienzo, pero con el tiempo y para sorpresa de muchos el deseo y la pasión se debilitan.

Adan y Eva dejaron bien clara la fuerza de la tentación que ejerce lo prohibido. De su temprana expulsión del paraíso también sabemos que la transgresión no ocurre sin efectos. Pero no son los actos ni sus consecuencias el foco a iluminar. Sí, en cambio, el sentido de pensar ese costado inquietante que nos propone el riesgo de la infidelidad.

Hablar de infidelidad supone una inclusión. Otro, otra, otros, virtuales, carnales, fantaseados. Supone un engaño que es vivido como traición. Con enojo, con dolor. Pero no solamente el riesgo de la infidelidad produce sufrimiento; el amor mismo, aquel que Cupido icónicamente representa, es una relación tan intensa y placentera como dolorosa.

Los celos, las sospechas, la desconfianza circulan hoy -como casi todo- por las redes sociales y los dispositivos electrónicos. Ese dar a ver todo en imágenes, chats y tweets, propio de los códigos comunicativos actuales, enreda y complejiza los lazos afectivos. Al cambiar radicalmente la forma de concebir la intimidad, la palabra del otro deja de ser la única fuente en quien confiar. Los secretos, los encuentros con amigos, que hoy aparecen publicados y fotografiados con pelos y señales alteraron la ecología de las verdades y los ocultamientos. Se ha potenciado un hambre voyeurista insaciable, un intento de control y un quedar pegado a lo que se muestra que en otras épocas nunca imaginamos tener a nuestro alcance. De eso se ocupaban las empresas dedicadas a hacer espionaje. Hoy, la intromisión de celulares y mensajes ininterrumpidos que se meten hasta en la cama pueden descubrirlo y demostrarlo todo.

¿Cómo afecta esta congestión de otros, que se cuela con tanta facilidad hoy, en la vida de a dos?

Las múltiples variantes de acuerdos en las parejas, como las parejas abiertas, los amigos con derechos, los amantes online, las vidas amorosas paralelas que duran años y tantas otras dan cuenta de cómo cada época, cada cultura y cada pareja se posiciona frente al desafío de la fidelidad en el amor.

"Un lazo que anuda, liga, erotiza e impregna de misterio las mil y una noches, o mejor, como solía decir Borges, la una y mil noches ya que se trata del cada día otorgándole valor a lo breve, a lo azaroso y a lo sutil que cada encuentro vincular tiene de experiencia", escribe Sara Moscona.

La autora nos refresca también el efecto enloquecedor de las infidelidades en la vida de Frida Kahlo, a quien Diego Rivera engañaba con casi todas las mujeres que posaban para él, en especial con su hermana menor. Cambió a partir de entonces su pintura, su aspecto físico, su vestimenta, sus pasiones. La artista llegó a decir en su autobiografía que en su vida tuvo dos terribles accidentes: la atropelló un tranvía y "el otro accidente es Diego".

Las reacciones iniciales frente a la evidencia del engaño amoroso suelen ser intempestivas y rotundas. Fuertes sentimientos de humillación, exclusión y ansias de venganza dominan ese momento. Más tarde, en el mejor de los casos, llega la posibilidad de dialogar, de preguntar qué pasó, qué nos pasó como pareja.

El peligro de perder al partenaire fue siempre una buena razón para cuidarse y esquivar tentaciones. Así como el no le da sentido al sí, el fantasma de la infidelidad -no como acto sino como posibilidad- es constitutivo de toda relación amorosa. Puede incluso dar más vigor y renovar el deseo en la pareja..

Fuente: LA NACION

 Síguenos en Facebook
 Síguenos en Twitter
 Síguenos en Instagram