16/04/2017

En la señal de la cruz

Una meditación del Papa Francisco, ideal para este domingo de Pascua de Resurrección.

Hacerse «la señal de la cruz» de forma distraída u ostentar «el símbolo de los cristianos» como si fuera «distintivo de un equipo» o «un ornamento», quizá con «piedras preciosas, joyas y oro» no tiene nada que ver con «el misterio» de Cristo. Tanto que el Papa Francisco sugirió un examen de conciencia precisamente sobre la cruz, para verificar como cada uno de nosotros lleva en la cotidianidad el único verdadero «instrumento de salvación». Estas son las líneas de reflexión que el Pontífice propuso en la misa celebrada el martes por la mañana, 4 de abril, en Santa Marta.

«Llama la atención —hizo notar enseguida, refiriéndose al pasaje del evangelista Juan (8, 21-30)— que en este breve pasaje del Evangelio en tres ocasiones Jesús dice a los doctores de la ley, a los escribas, a algunos fariseos: “Moriréis en vuestros pecados”». Lo repite «tres veces». Y «lo dice —añadió— porque no entendían el misterio de Jesús, porque tenían el corazón cerrado y no eran capaces de abrir un poco, de tratar de entender ese misterio que era el Señor». De hecho, explicó el Papa, «morir en el propio pecado es algo feo: significa que todo muere ahí, en la suciedad del pecado».

Pero después «este diálogo —en el cual Jesús repite tres veces “moriréis en vuestros pecados”— continúa y, a al final, Jesús mira hacia atrás en la historia de la salvación y les hace recordar algo: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy y que no hago nada por mi propia cuenta”». El Señor dice precisamente: «cuando hayáis levantado al Hijo del hombre».

Con estas palabras —afirmó el Pontífice, refiriéndose al pasaje del libro de los Números (21, 4-9)— «Jesús hace recordar lo que sucedió en el desierto y hemos escuchado en la primera lectura». Es el momento en el que «el pueblo aburrido, el pueblo que no puede soportar el camino, se aleja del Señor, habla mal de Moisés y del Señor, y encuentra esas serpientes que muerden y provocan la muerte». Entonces «el Señor dice a Moisés que haga una serpiente de bronce y la levante, y la persona que sufra una herida de la serpiente, y que mire la de bronce, será sanada».

«La serpiente —prosiguió el Papa— es el símbolo del mal, es el símbolo del diablo: era la más astuta entre los animales en el paraíso terrestre». Porque «la serpiente es la que es capaz de seducir con las mentiras», es «el padre de la mentira: este es el misterio». Pero entonces «¿debemos mirar al diablo para salvarnos? La serpiente es el padre del pecado, la que ha hecho pecar a la humanidad». En realidad «Jesús dice: “Cuando yo sea levantado en lo alto, todos vendrán a mí”. Obviamente este es el misterio de la cruz».

«La serpiente de bronce sanaba —dijo Francisco— pero la serpiente de bronce era signo de dos cosas: del pecado hecho por la serpiente, de la seducción de la serpiente, de la astucia de la serpiente; y también era señal de la cruz de Cristo, era una profecía». Y «por esto el Señor les dice: “cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy”». Así podemos decir, afirmó el Papa, que «Jesús se ha “hecho serpiente”, Jesús se “ha hecho pecado” y ha tomado sobre sí todas las suciedades de la humanidad, todas las suciedades del pecado. Y se ha “hecho pecado”, se ha hecho levantar para que toda la gente lo mire, la gente herida por el pecado, nosotros. Este es el misterio de la cruz y lo dice Pablo: “Se ha hecho pecado” y ha tomado la apariencia del padre del pecado, de la serpiente astuta».

«Quien no miraba la serpiente de bronce después de ser herido por una serpiente en el desierto —explicó el Pontífice— moría en el pecado, el pecado de murmuración contra Dios y contra Moisés». De la misma manera, «quien no reconoce en ese hombre levantado, como la serpiente, la fuerza de Dios que se ha hecho pecado para sanarnos, morirá en su propio pecado». Porque «la salvación viene solamente de la cruz, pero de esta cruz que es Dios hecho carne: no hay salvación en las ideas, no hay salvación en la buena voluntad, en las ganas de ser buenos». En realidad, insistió el Papa, «la única salvación es un Cristo crucificado, porque solamente Él, como la serpiente de bronce significaba, ha sido capaz de tomar todo el veneno del pecado y nos ha sanado ahí».

«¿Pero qué es la cruz para nosotros?» es la cuestión planteada por Francisco. «Sí, es el signo de los cristianos, es el símbolo de los cristianos, y nosotros hacemos la señal de la cruz pero no siempre la hacemos bien, a veces lo hacemos así... porque no tenemos esta fe de la cruz» evidenció el Papa. La cruz, además, afirmó, «para algunas personas es un distintivo de pertenencia: “Sí, yo llevo la cruz para hacer ver que soy cristiano”». Y «está bien», pero «no solo como distintivo, como si fuera un equipo, el distintivo de un equipo»; sino, dijo Francisco, «como memoria de aquel que se ha hecho pecado, que se ha hecho diablo, serpiente, por nosotros; se ha abajado hasta aniquilarse totalmente».

Además, es verdad, «otros llevan la cruz como un ornamento, llevan cruces con piedras preciosas, para hacerse ver». Pero, hizo presente el Pontífice, «Dios dijo a Moisés: “Quien mira la serpientes será sanado”; Jesús dice a sus enemigos: “cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy”». En resumen, explicó, «quien no mira la cruz, así, con fe, morirá en sus propios pecados, no recibirá esa salvación».

«Hoy —destacó el Papa— la Iglesia nos propone un diálogo con este misterio de la cruz, con este Dios que se ha hecho pecado, por amor por mí». Y «cada uno de nosotros puede decir: “por amor hacia mí”». Así, prosiguió, es oportuno preguntarse: «¿cómo llevo yo la cruz: como un recuerdo? ¿Cuando hago la señal de la cruz, soy consciente de lo que hago? ¿Cómo llevo yo la cruz: solamente como un símbolo de pertenencia a un grupo religioso? ¿Cómo llevo yo la cruz: como ornamento, como una joya con muchas piedras preciosas de oro?». O «¿he aprendido a llevarla sobre los hombros, donde hace daño?».

«Cada uno de nosotros hoy —sugirió el Pontífice en la conclusión de su meditación— mire al crucifijo, mire a este Dios que se ha hecho pecado para que nosotros no muramos en nuestros pecados y responda a estas preguntas que yo os he sugerido».

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española.

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