04/10/2024

El que Dios eligió no era el más capaz, y esta historia lo revela de manera impactante

La conmovedora historia que enseña que el éxito espiritual no depende de la capacidad humana, sino de la humildad verdadera. Cómo San Francisco de Asís (1182—1226) descubrió el secreto del éxito.

Esta lección nos recuerda que en la obra divina no prevalece el más capaz, sino aquel que es pequeño a los ojos del mundo. San Francisco de Asís, uno de los santos más queridos de la cristiandad, reveló este secreto de manera simple y profunda en un relato que hoy sigue tocando corazones.

Una obra inmensa nacida de la humildad

Durante su vida, San Francisco de Asís llevó a cabo una obra que transformó el rostro del cristianismo. Fundador de la orden franciscana, vivió en radical pobreza, dedicándose a predicar la paz, el amor a la naturaleza y el servicio a los pobres y enfermos. Su ejemplo inspiró a miles y fue el modelo de vida que muchos santos posteriores intentaron emular.

En cierta ocasión, algunos hombres se acercaron a Francisco intrigados. Querían saber cómo un hombre sin riquezas ni poder había logrado hacer tanto para Dios.

Francisco, lejos de atribuirse algún mérito, sonrió y decidió contarles una historia que explicaba el verdadero motivo de su éxito.

La búsqueda divina: no los más aptos, sino los más humildes

Francisco comenzó explicando que un día Dios envió a Sus ángeles a la Tierra. Su tarea era buscar a un hombre capaz de llevar adelante una gran obra para el Reino. Los ángeles obedecieron y, tras recorrer el mundo, regresaron con un candidato ideal: un hombre de vasta experiencia y grandes conocimientos.

Sin embargo, Dios rechazó esa elección. Según Francisco, el Señor dijo: "Ese hombre se atribuiría el mérito a sí mismo y el mundo pensaría que su éxito fue por su propia habilidad".

Dios no buscaba al más competente ni al más sabio. Él quería a alguien cuyo éxito evidenciara Su poder, no la destreza humana.

Un segundo intento: los despreciados del mundo

Entonces, los ángeles recibieron una segunda instrucción: buscar un hombre insignificante, alguien que no brillara a los ojos de los hombres. Salieron de nuevo, pero una y otra vez volvían con hombres que, aunque humildes, aún conservaban cierto valor a los ojos del mundo.

Finalmente, Dios les ordenó encontrar a alguien que realmente no valiera nada para los demás, alguien considerado inútil.

Después de mucho buscar, los ángeles hallaron a ese hombre. Era pequeño, débil, incapaz según los estándares humanos. Esta vez, el Señor sonrió y dijo: "Este es el que quiero".

Su elección se basaba en un principio eterno: cuando Dios usa a los débiles, nadie puede dudar de que la gloria pertenece solo a Él.

La confesión final de San Francisco

Después de narrar la historia, Francisco se quedó en silencio un momento. Miró a los hombres que lo escuchaban y, con seriedad, añadió:

"Ese hombre soy yo".

No había arrogancia en su declaración, sino un reconocimiento humilde de su propia pequeñez y de la grandeza de Dios actuando a través de él.

Esta afirmación resume la espiritualidad franciscana: saber que sin Dios nada somos, y que todo bien que realizamos es fruto de Su gracia.

El principio eterno de la elección divina

La enseñanza trasciende la vida de San Francisco. A lo largo de la historia bíblica y de la tradición cristiana, Dios ha mostrado un patrón constante: escoge a los humildes, a los despreciados, a los que el mundo considera insignificantes.

San Pablo lo expresó de manera magistral en su carta a los corintios:
"Lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte" (1 Corintios 1:27).

Esta lógica divina desarma el orgullo humano y exalta la dependencia absoluta en el poder celestial.

El liderazgo espiritual basado en la dependencia de Dios

Quienes reconocen su insuficiencia personal se convierten en verdaderos líderes espirituales. No buscan el poder por sí mismos ni se glorían en sus talentos, sino que viven en una actitud de constante dependencia de Dios.

San Francisco de Asís se convirtió en uno de los más grandes santos precisamente porque nunca olvidó que era nada sin el auxilio divino.

Su vida es una invitación permanente a confiar en que Dios obra en la debilidad y que Su gracia se perfecciona en quienes se reconocen pequeños.

Una enseñanza vigente para hoy

Hoy, en un mundo que exalta la autosuficiencia, la eficiencia y el éxito visible, la historia ofrece un mensaje contracultural y profundamente liberador.

No importa cuán capacitados o exitosos seamos a los ojos humanos. Lo que verdaderamente importa es estar disponibles para que Dios actúe a través de nosotros, aún —y especialmente— en nuestra fragilidad.

Como enseñó San Francisco con su vida y sus palabras, Dios no necesita nuestras capacidades; necesita nuestra docilidad y entrega total.

Redacción

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