17/09/2018
El oro no puede ser puro y las personas no pueden ser perfectas
Aspirar al logro de una meta y trabajar incansablemente, para alcanzarlo es una cualidad, pero como todo en la vida la justa medida y el equilibrio son el parámetro.
La idea de no alcanzar el máximo no puede ocurrir. En el estudio la única calificación posible es un sobresaliente. En el trabajo no hay posibilidad del mínimo error. En el hogar todo debe funcionar bajo su parámetro de excelencia. Esta es la radiografía de un perfeccionista. Una persona que no tolera la posibilidad de equivocarse en la mayoría de los ámbitos de su vida. En tiempos de enormes presiones y exigencias, este tipo de personalidad hasta puede llegar a ser digna de admiración por su aspiración a cumplir todos los objetivos propios y ajenos. Pero el terror al fracaso ¿es sano para la calidad de vida de quien lo padece y para su entorno? .
Aspirar al logro de una meta y trabajar incansablemente, para alcanzarlo es una cualidad, pero como todo en la vida la justa medida y el equilibrio son el parámetro. El Dr. Manuel Álvarez Romero, autor de “El síndrome del perfeccionista”, explica en su publicación las características de este tipo de personalidad. “Estas personas son portadoras de una genética peculiar y de unos hábitos mentales y conductuales muy concretos que van a perfilar, si no se les ayuda, a una dolorida biografía cargada de lastres, frenos y contradicciones que mermarán significativamente su calidad de vida y la su entorno“.
El síndrome del perfeccionista se encuadra dentro de los diversos trastornos de personalidad que signan nuestra época y afectan al 5% de la población mundial. Este tipo de trastorno alcanza entre 7 y el 12% de este índice, y alcanza mayoritariamente a las mujeres. El Dr. Romero destaca que esta patología de la salud mental se ubica dentro del tipo de personalidad obsesiva y se caracteriza por rasgos marcados de intolerancia, rigidez, anticipación, inseguridad, repetición permanente de normas y pautas, prevalencia del pensamiento del deber, un subjetivismo muy notorio al enjuiciar los hechos, y una hiperexigencia propia y hacia su entorno.
Además, advierte que otra de las grandes características del perfeccionista patológico es el exceso de control que lo imposibilita en la capacidad de poder delegar funciones, creando desconfianza en la colaboración. Esta situación lo lleva a prever las situaciones con gran anticipación y se cree capaz de manejar hasta lo imprevisible. En este contexto, cree que tiene un total dominio de la realidad, eludiendo totalmente a su entorno. Es decir, todo está a su alcance, todo depende de ellos.
Ante este cuadro de situación, ¿cuáles son las principales consecuencias para quien sufre la obsesión por la perfección? Algunos de las patologías que pueden desencadenarse ante el pánico al fracaso y la excelencia como único resultado posible son diversos procesos psicopatolócios y psicosomáticos tales como ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria y la imagen corporal, adicciones, anomalías de la personalidad y dificultades importantes en la comunicación interpersonal.
Por su parte, el escritor español José Luis Martín Descalzo, en su artículo “Aprender a equivocarse”, señala el peligro de definir al perfeccionismo como una virtud suprema. “Es considerado virtud ya que evidentemente, lo es la voluntad de hacer todas las cosas perfectas. Y es un defecto porque no suele contar con la realidad: lo perfecto no existe en este mundo, los fracasos son parte de toda la vida, todo el que se mueve se equivoca alguna vez“.
El autor considera que en general el perfeccionista es una persona admirada y respetada ya que se entrega apasionadamente al trabajo bien hecho. Pero, a su vez destaca que este parámetro de excelencia constante puede ser muy perjudicial tanto para el que padece esta exigencia como para su entorno. “Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigentes ante quienes no son como ellos. Y sufren espectacularmente cuando llega la realidad y ven que muchas de sus obras, a pesar de todo su interés, se quedan a mitad de camino. Una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana. Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras. No se puede ser sublime a todas horas. El genio más genial pone un borrón y hasta el buen Homero dormita de vez en cuando”, sostiene.
El síndrome del perfeccionista hoy en día puede pasar desapercibido ante un contexto actual que estimula la sobre producción y altos parámetros de rendimiento en la mayoría de los ámbitos de la vida cotidiana. El exitismo y los extremos niveles de competitividad provocan que muchas personas no toleren el mínimo margen de error. La supremacía por lograr un cuerpo perfecto, el dinero como vehículo de éxito y status social, el paso del tiempo como un estigma y congeniar el logro de metas en la familia, el trabajo y la formación profesional, son algunos de los parámetros de la época. Si un individuo hoy desea cumplir con toda estas exigencias, es evidente que la insatisfacción será el resultado.
El equilibrio es la única opción para una vida coherente y saludable. Aprender a equivocarse, ser solidario con el entorno, empatizar con las personas, valorar el trabajo en equipo y saber que no todo está en nuestras manos, son algunas de la claves para alcanzar una meta de forma responsable.
Redacción
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