03/12/2015
Creer es humano
En busca del sentido.
Quizá tal como sucede con el ser optimista y pesimista, algo parecido ocurre entre los que creen y los que no creen. Quien opta por el descreimiento, generalmente lo hace en varios aspectos de la vida.
Entonces, cuando hay quien tiene fe ya sea en una religión, creencia o culto, no hay quien pegue el "grito en el cielo" advirtiendo la alienación que esta persona sufre, depositando en un Dios aquello que no debe y sobre algo "que no se sabe si existe". Es cierto, no hay pruebas tangibles que la religión o la creencia sean vehículos eficaces para cambiar vidas, destinos, revertir situaciones adversas o simplemente, calmar angustias. Pero, quizá allí radique su sentido, en el dejar a un lado la racionalidad y abrazar la fe.
Pero, ¿en qué se sustenta la fe religiosa? ¿Por qué el ser humano necesita creer? ¿Por qué sigue creyendo? Rubén Dri, filosofo, teólogo, profesor e investigador es muy claro en este sentido: "Cuando visitamos un lugar extraño buscamos siempre un punto de referencia, un centro que nos sirva de orientación. Si perdemos ese centro nos sentimos extraviados, perdidos desprotegidos. Eso mismo nos pasa con los grandes problemas que se nos presentan en la vida, tanto individual como social. Nos referimos a problemas del nacimiento, la vida, la muerte, el dolor, el sufrimiento, la opresión, el poder, la injusticia, la alegría. Necesitamos imperiosamente encontrarles sentido, tener puntos de referencia. Nadie escapa de ello".
La religión es una organizadora de sentido, un centro que le brinda al ser humano la posibilidad tanto de encontrarse a sí mismo, a identificarse, a no fragmentarse. Pero, con el término religión no precisamente la referencia es a los cultos tradicionales y legitimados socialmente. La creencia, es aquella que otorga sentido, y su elección puede abarcar desde las religiones oficiales hasta aquello que se ha elegido como fuente de sentido.
La posmodernidad se caracteriza por ser una época en la cual la racionalidad y el escepticismo son las características reinantes. "Uno de los acontecimientos que presiden la denominada posmodernidad es la pérdida del centro - explica Rubén Dri- y, por ende, sobrevienen la fragmentación y la desorientación. Desde la proclamación hecha por Friedrich Nietzsche de la muerte de Dios, significa la desaparición del centro y de toda la posibilidad de encontrarlo. Así, el hombre se encuentra descentrado".
Entonces, ¿cuáles fueron las consecuencias de una época en la cual se exalta principalmente al hombre como centro y se subestiman las creencias? A pesar del híper racionalismo de la posmodernidad, las creencias no han muerto, y así, la multiplicación de símbolos religiosos son una constante. Así, resurgen los mitos. No es casual entonces, que cuando las religiones tradicionales han perdido gran cantidad de fieles, los mitos cobren fuerza. Vemos así, entonces la aparición de símbolos novedosos a los que se les rinde culto con fervor y dedicación. Pueden ser personajes populares que murieron de forma trágica como Gilda o el Gauchito Gil, o bien vírgenes avaladas por la Iglesia, como la Virgen del Rosario de San Nicolás o la Virgen de Itatí. El denominador común es el culto a la figura y no a una religión totalizadora.
Y así sucede, aunque sea una época en la cual se realiza un culto a la objetividad, la racionalidad, al individuo como ser supremo y absoluto, la creencia en algo que esté más allá de lo tangible, se le escapa de las manos a la escéptica posmodernidad. Encontrar sentido es una tarea que el ser humano nunca abandonará. Quizá lo menos importante sea en qué se cree, se puede tener fe en un amigo, en la familia, en una religión, en un mito, culto o creencia. Pero sólo creer en "uno mismo", en lo "que se puede tocar, ver o sentir" es quizá lo más parecido a la soledad, a la desolación de no tener ningún tipo de amparo para la esperanza y la utopía.
La búsqueda del sentido es un camino que nunca se termina, y allí radica su magia, en seguir buscando, recorriendo, perdiendo y encontrando.
Redacción
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