01/12/2013
Adiós, pudor
“ Amor sin pudor es todo, menos amor.” Anónimo
Domingo 01 de diciembre de 2013 | Publicado en edición impresa
Actualmente, ¿cuánta gente se ruboriza cuando alguien le pregunta algo más o menos personal y privado? ¿El pudor existe todavía? ¿ O será que hoy en día el recato es una cualidad poco conocida y apreciada?
En televisión es donde esto se pone más en evidencia. No creo que quede alguna aspirante a la fama o estrella tipo Barbie, que no haya relatado muchas o absolutamente todas sus intimidades. A saber: cómo copula, con qué sexo, de qué manera, si se autosatisface o no, si utiliza juguetes eróticos y con qué frecuencia, con qué personajes -nacionales o internacionales- ha compartido la cama una, dos o numerosas noches, o si se acostaron en otros horarios y en otros lugares, menos cómodos y más estimulantes...
Las hay muy felinas, muy VIP, tal vez ignotas todavía para el gran público, que cuentan hasta cuánto cobran la sesión; otras que afirman, muy sueltas de cuerpo, que lo hacen por puro placer o diversión (léase, no por plata) y varias otras que sueñan con el poder, buscando en los boliches a políticos, empresarios, deportistas u hombres mediáticos de cualquier índole, escandaletes de por medio. Y ni hablemos de las que protagonizan videos hot, que se difunden por las redes sociales y de los cuales se habla luego en todas partes.
Los rostros, bellos, muy bellos y sonrientes, con dientes blanquísimos, sin líneas de expresión, con pómulos levantados y meneando cabelleras largas y lacias, no se inmutan cuando confiesan todas estas cosas.
Las hay jóvenes y no tanto, mejor dicho, de cualquier edad. Y sus vidas, convertidas en verdaderos reality shows (desde separaciones, divorcios, discusiones, infidelidades, amistades y enemistades, hasta denuncias, rivalidades, injurias y operaciones estéticas), se difunden prácticamente en cadena por los canales de televisión, dejando en claro que ya no hay nada que pase en la intimidad de cuatro paredes y que, parafraseando a Napoleón, los trapos sucios ya no se lavan en casa, sino en público, y a la vista de todos.
En cuanto a los asuntos de alcoba, ¿qué es el sexo, sino algo natural, del cual se puede hablar sin ocultar casi nada, dado que a la gente le interesa saber y el rating aumenta así, segundo a segundo, con estas revelaciones que lo convierten al televidente en una suerte de voyeur sin culpa?
Pienso en luchadoras como Simone de Beauvoir, en Betty Friedan, o en Susan Sontag y me pregunto qué dirían -si vivieran- frente a ese cotidiano desfile de mujeres-objeto, haciendo alarde de sus cuerpos y de sus rostros, casi siempre retocados por un bisturí, en esta era de valiosos progresos para el género.
Y me digo a mí misma: ojalá el sexo fuese algo natural, libre de tabúes y acompañado de sentimientos. Pero, ¿lo es? ¿Freud estaría satisfecho con el panorama actual? ¿Qué opinaría?
Freud asociaba el pudor con la vergüenza, situándolo como una barrera contra el desenfreno. Y el filósofo alemán Max Scheler lo hacía consustancial a la naturaleza humana, escindida entre su aspecto animal y su antípoda, la espiritualidad.
Lo que sí podemos inferir es que el pudor depende de los valores, de la ética, del conjunto de creencias de cada persona, de su educación, de su particular forma de ser.
¿Perder el pudor significa ser más feliz? Hablar frente a una cámara ante millones de televidentes, del cómo, dónde, con quién, ¿es prueba real de desinhibiciones superadas, de falta de represión? ¿O es, al revés, una actitud contrafóbica?
No lo sé. Este mundo actual me desconcierta bastante y, en el fondo, me parece que aspiro a la aparición de una mujer más natural, más real, con su autoestima más alta. Porque, así como están las cosas, uno se pregunta: después de esto, ¿qué?
Creo que la aparente liberación que se ostenta (de un modo exhibicionista y provocador), no es sino degradación y trivialización de todo y que lo que conlleva es sólo insatisfacción. Que confunde el deseo con el afecto, la atracción con la ilusión, el placer con la felicidad, la pasión con el corazón, la sensualidad con la ternura, ignorando por completo el más fascinante misterio de la vida: el amor.
LA NACION
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