¿Podemos educar nuestras emociones?

¿Existe la inteligencia emocional? ¿Podemos aspirar a una sociedad mejor? Las respuestas.

Por Nahuel Curone Guerrero
:: Argentina ::

La educación tradicional se centró en la inteligencia lógico-matemática y dejó de lado los aspectos sentimentales por considerar que la racionalidad sería el camino que resolvería todas las necesidades del ser humano. Sin embargo, la historia ha dado muestra de la insuficiencia de la razón y la posmodernidad ha venido a desterrar ese optimismo iluminista. Dejando el debate filosófico para otro momento, nos proponemos exponer argumentos para dar una respuesta a los interrogantes planteados en el copete de esta nota, a partir de los aportes de la psicología como así también de consideraciones personales.

Fuente: blancajorge

Empezaremos por delinear el concepto de inteligencia emocional, que constituye el vínculo entre los sentimientos, el carácter y los impulsos morales. Al respecto, los psicólogos Peter Salovey y John Mayer la definen como “la habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones” (1990). Similar sentido le da otro psicólogo estadounidense, Daniel Goleman, que define a la inteligencia emocional como el “conjunto de habilidades que puede dominarse con mayor o menor pericia” (1995). La competencia emocional constituye, en suma, una meta-habilidad que determina el grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de nuestras emociones.

A partir de la coincidencia de estos psicólogos en referirse a la inteligencia emocional como una habilidad, podemos afirmar que forma parte de las aptitudes y cualidades inherentes al ser humano que pueden ejercitarse para su progreso. En este sentido, el Licenciado en Pedagogía y en Psicología español, Rafael Bisquerra, sostiene que “la inteligencia emocional puede ser sometida a un proceso educativo, continuo y permanente para potenciar su desarrollo”, al tiempo que considera que puede ser aprendida por todas las personas y que es posible impartir conocimientos teóricos y prácticos sobre las emociones (1999). Al respecto, Goleman asevera que “las habilidades emocionales son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados”. De esta manera, podemos afirmar que todos los seres humanos lograríamos desarrollar inteligencia emocional y ser emocionalmente inteligentes.

Debemos aspirar al desarrollo integral de la personalidad - Fuente: psicologia-145

Dentro de este grupo de habilidades se encuentra la empatía que, siguiendo nuestra línea argumentativa, podría ser incluida en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Al respecto, la psicóloga Mariana Fernández considera que “si bien está en nuestros genes todo lo necesario para ser empáticos, la empatía no es del todo natural: tiene algo de adquirida, de construida. La empatía implica no solamente ponerse en el lugar del otro a nivel sentimental, sino también comprenderlo, llegando en algunas ocasiones a saber lo que piensa y siente. En ese sentido, los psicólogos Norma Feshbach y Seymour Feshbach afirman que además de discriminar los estados afectivos en los otros, la empatía tiene un nivel más maduro que requiere asumir la perspectiva y el rol de otra persona, y es en - 3 - ese nivel más maduro donde consideramos que residen las posibilidades de una sociedad mejor: hay que trabajar, entrenar, educar y aprender la empatía orientándola hacia las conductas prosociales.

A modo de cierre, citamos al psicólogo suizo Jean Piaget, que afirmaba que “solo la educación es capaz de salvar nuestras sociedades”. Consideramos que la inteligencia emocional podría ser implementada dentro de un proceso educativo, continuo y permanente, que pretenda potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo. Solo así alcanzaremos el desarrollo integral de la personalidad de nuestros alumnos, y podremos empezar a edificar la esperanza de un futuro con una sociedad más inteligente, justa, pacífica, igualitaria y feliz.

Lea también:
Neurodiversidad: hacia la verdadera igualdad educativa
La escuela desfasada y el eufemismo digital

Nahuel Curone Guerrero: estudiante de Neuroeducación y Aprendizaje, Universidad del Este y Fundación Argentina de Neurociencias y Ciencias Cognitivas (FUNDANYCC).

Graduado en:

Profesorado en Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

Periodismo Digital, Universitat Pompeu Fabra (Barcelona), Google y TN.

Gestión de la Innovación Tecnológica, UNLP.

 Síguenos en Facebook
 Síguenos en Instagram