Hambre real vs. hambre emocional

¿Cuál es la diferencia?

Por Agustina Murcho
Lic. en Nutrición
@nutricion.ag

¿Cuántas veces hemos dicho?: “Tengo hambre todo el tiempo”, “Me hace ruido la panza del hambre”, "Comería todo lo que se me cruce", "Me duele la cabeza del hambre"

Todas estas frases se relacionan al hambre propiamente dicho, pero hay diferencias. No todas las frases se refieren al mismo tipo de hambre. Es bueno saber diferenciar el hambre real del emocional, ya que ambos se tratan de diferente manera, y muchísimas veces uno empieza a hacer dieta sin tener en cuenta esto que es súper importante, porque el hambre emocional y el real, con las dietas aumenta y se hace cada vez peor.

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Hambre real: es el hambre fisiológico, la falta de comida que se da por no comer por varias horas y por comer de manera insuficiente. El cuerpo empieza a manifestarlo con dolor de cabeza o de estómago (como dice la frase), o con la sensación de “hambre” que es difícil de describir pero todos lo tenemos, o con el típico mal humor de “hambre”. La solución es comer, nada más que eso. Se come, el estómago manda la señal al cerebro de qué hay comida, y tema solucionado. En estos casos, comeríamos cualquier cosa, desde una ensalada a una milanesa con puré, porque lo que necesitamos es calmar esa sensación. El hambre real aparece de a poco, se está abierto a varias opciones, se para cuando se está satisfecho, no se siente culpa al terminar de comer, ocurre por una necesidad física y las elecciones son más sanas.

Hambre emocional: el más difícil de combatir, este tipo de hambre hace que tengamos hambre “todo el tiempo” y que nada nos llene, porque el cerebro utiliza a la comida para evadir problemas, emociones y pensamientos. Suele darse con atracones, comidas de mala calidad, comer de más o picoteos. Se debe hacer tratamiento nutricional, psicológico y si es necesario, psiquiátrico, ya que solamente con nutrición no alcanza, porque el problema de base no es la comida sino las emociones. Es un trabajo muy duro, lleva su tiempo, pero se puede salir. El hambre emocional viene de golpe, se come lo que sea, cuesta más satisfacerse, se siente culpa y suelen ser elecciones menos sanas. Se relaciona con las emociones, como por ejemplo, peleas con la pareja, con la familia, nervios por exámenes, por casamientos, aburrimiento, enojo, tristeza, y hasta felicidad.

Existe una forma fácil de darse cuenta, siempre y cuando la persona esté comiendo bien y no se esté restringiendo: la sensación de tener hambre siempre.

El ser humano no vive con hambre, salvo que no se esté alimentando bien.

Cuando aparece el hambre emocional, el cerebro le dice al estómago que no le importa que no tenga hambre, que él toma las decisiones, quiere serotonina. Esta hormona controla nuestro humor y también se asocia al placer. No por nada cuando uno está a dieta restrictiva tiene cambios de humor permanente.

Cuando uno sabe que puede comer de todo en porciones normales, el deseo por la comida baja. A veces se suele pensar que la comida es adictiva. Y la comida no es adictiva, en general son las emociones lo que hace que uno quiera comer de más. Es la relación que tiene la persona con la comida.

Para evitar comer en estas situaciones, lo primero que hay que hacer es reconocer si es hambre real o buscar herramientas para saber manejarse. Se puede aprender a controlar los picos de ansiedad distrayéndose, haciendo algo que no sea ir a la cocina, al kiosko o al supermercado. No es nada fácil controlarlo, pero siempre lo mejor es tratar estas situaciones con un licenciado en Nutrición y/o Psicólogo y que entre ambos busquen las herramientas para evitar el comer por hambre emocional.

Lo que solemos pedirle al paciente en estos casos, es que trate de detectar qué le pasó en ese momento de atracón o picoteo, si sentía aburrimiento, nervios, o qué pensamientos particulares tenía para poder trabajar junto con el terapeuta la causa del hambre emocional. No es un trabajo sencillo, lleva tiempo y mucha constancia.

Existen tres problemas asociados a comer por emociones:

  1. Calorías en exceso,
  2. se deja la huella, es decir, “como esa vez estaba triste, comí y se me pasó, la próxima vez haré lo mismo”,
  3. No cambia nada: por más que se coma, no hay solución.

Al comer por emoción no nos permitimos sentir lo que nos pasa y no buscamos resolverlo.

Con un profesional podemos tratar todos estos aspectos, es una cuestión de educación alimentaria, de poder frenar cuando el estómago dice basta. Por eso, la prohibición y las dietas de hambre no funcionan, además uno termina subiendo el doble de lo que bajó.

María Agustina Murcho
NutricionistaMN 7888 /MP 3196, autora del libro “Podemos comer de Todo”

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