El verdadero ateo

Hombres y mujeres que defienden sus ideas, tal y como el ateo, personaje de este cuento, que solo exterioriza las suyas sin pretender convencer a nadie y utilizando su libre albedrío.

El ateo era un hombre común y corriente. Un pecador standard muy alejado de lo perfecto pero con la intención constante de ser perfectible en todos sus actos. No era famoso, ni rico. Solo alguien que disfrutaba su existencia en forma por demás pacífica.

Durante su vida se dedicó a aliviar el dolor humano y en sus ratos libres a escribir sobre diferentes temas. Escribió novelas, teatro, ensayos etc, siempre con el deseo de enviar mensajes positivos a sus escasos lectores y recibiendo de ellos algunas respuestas emotivas. Sin embargo, hubo otros (afortunadamente los menos) que levantaron sus voces hacia el cielo llamándolo ateo.

Se dice que él sonreía ante ese calificativo y respondía. --- ¡Gracias a Dios que dicen que soy ateo! Que sería de mí si no lo fuera. ---

Analizaba la palabra ATEO y encontró dos significados en su etimología.

El primero estaba compuesto por la “A” privativa y “TEO”, Dios, significando, por supuesto, el que está privado de Dios.

El segundo significado seria el de “A”, preposición que significa dirección y “TEO” Dios. Él se consideraba dentro de la segunda descripción, puesto que su verdadero objetivo y dirección era precisamente Dios.

Este hombre, recibió durante los años de estudios primarios, secundarios y preparatorios, una instrucción eminentemente católica con los hermanos Lasallistas con los que convivió durante 12 largos años antes de entrar a la Universidad a estudiar Medicina.

Ya en la Universidad, comenzó a alejarse de todas aquellas imposiciones. Acudía a misa sólo en los eventos sociales y a fin de año con toda su familia para agradecer los bienes recibidos durante el año y pedir salud para el siguiente. Era un lector compulsivo que analizaba lo que leía para poner en activo a su ignorancia.

Tenía muy en cuenta aquellas palabras inscritas en el Upanishad, uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas, que decían. “Si bien es cierto que están en las tinieblas los que viven en la ignorancia, también es cierto que en peores tinieblas entran los que se entregan a la sabiduría”.

A sus sesenta y dos años, éste ateo había recibido grandes bendiciones del creador. Amaba a su esposa y a sus tres hijos que le habían dado ocho hermosos nietos en una convivencia armoniosa. No gustaba de rezar ni asistir a las parafernalias religiosas y cuando lo hacía, guardaba el debido respeto. Un día, un amigo sacerdote le dijo.--- Solo los que se refugian en la oración se dedican a pedir sin ofrecer nada a cambio. Si tienes el deseo de orar, sal a la calle y ofrécele una caricia y tu sonrisa a un niño. Consuela al enfermo, dale pan al hambriento y ofrece tu brazo como apoyo al que no puede caminar. Eso.... ¡Eso es orar con intención! Tal y como lo hizo la Madre Teresa de Calcuta.

Y así, el ateo siguió haciendo lo posible por engrandecer su alma y enfrentarse, algún día, a la presencia de ese Dios inconocible para pedirle con humildad su entrada a la eternidad y si acaso lo lograra, darles la bienvenida a todos los que en vida fueron sus detractores y recibirlos entusiasmado por tener a Dios dentro de su espíritu.

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Gentileza, Francisco Cifuentes Dávila